Críticas
3,5
Buena
Incierta gloria

Incerta glòria

por Violeta Kovacsics

Hay algo en el último cine de Villaronga, en este díptico formado por Pa negre e Incerta glòria, de renuncia convertida en virtud. O de lobo vestido con piel de cordero. En ambos casos, lo que comienza como una adaptación templada, maquillada convenientemente con el colorete de un cine de qualité, termina en el terreno del delirio. Al final de Pa negre, por ejemplo, la máscara del costumbrismo caía para revelar que, en verdad, estábamos ante una película de monstruos.

Como aquella teoría que dice que Anakin es en verdad George Lucas, convertido en una suerte de Darth Vader a merced de la industria; se puede interpretar que el final de Pa negre, en el que el pequeño protagonista abraza su lado oscuro, funcionaba también como alegoría de la propia trayectoria de Villaronga: un cineasta radical que ahora envuelve la irreverencia con el ropaje de una pulida adaptación histórica.

Sin embargo, Villaronga termina boicoteando cualquier intento de aferrarse a fórmulas más clásicas. Incerta glòria, adaptación libre de una de las obras más importantes de la literatura catalana, comienza precisamente del lado de una cierta pulcritud. De la novela de Joan Sales, el cineasta y su equipo apenas se han quedado con una parte, con el triángulo –el cuadrado, más bien– amoroso entre dos amigos republicanos que están en el frente, Lluis y Solerás, y Trini, la mujer del primero. También está la Carlana, una mujer que se salva del fusil alegando que no se llegó a casar con el importante terrateniente con el que vivía, y que luego lucha para que se reconozca que sus hijos sí son legítimos. Como Pa negre, este es un relato lleno de grises.

A Villaronga le fascina la figura de Carlana. La mujer araña, como la define la película, por mar y por aire, mediante la imagen –el plano detalle del insecto tejiendo su tela– y el diálogo –así lo dicen las palabras de Solerás–. De la mano de Carlana, Villaronga regresa al tenebroso universo de los cuentos. Carlana habita en un castillo, aparece en un momento sentada junto a una vieja rueca, y finalmente revela un cuerpo que Solerás describe como viejo. Es decir: estamos ante la imagen de una bruja.

Lluis cae ante el hechizo de Carlana, a la que desea “montar”, como los distintos personajes insisten en apuntar de manera poco sutil. En el marco de una desesperada guerra civil, el deseo va cristalizando. Hasta que Villaronga encuentra de nuevo sus esencias: es el plano de Lluis ante la ventana, de noche, en sombra, hasta que cae sobre la cama y, boca abajo, se masturba; o el de Carlana sentada en su coche, mientras la ventanilla refleja el fuego de la casa en la que arde el cadáver de su deshonrado padre. De repente, la pulcritud se ha empañado, e Incerta glòria se ha convertido en un irreverente culebrón.

A favor: Carlana.

En contra: Que la película tarde en encontrarse a sí misma.