No es difícil para un avezado espectador imaginar que algunos de los extravagantes argumentos que se le presentan a Laura (Mary Elizabeth Winstead) en los primeros minutos de La fiebre de los ricos provienen directamente de las experiencias del director Galder Gatztelu-Urrutia y los sus guionistas David Desola y Pedro Rivero, quienes inicialmente probablemente no pensaron que su proyecto iría más allá. Es una genialidad que la primera idea que se le presenta a esta ejecutiva de producción de Hollywood sirva para estructurar toda la premisa de esta cinta distópica en la línea de El hoyo -y su secuela- pero con muchos más medios. En la escena en concreto, un guionista habla de su idea para una película sobre un futuro donde todas las enfermedades se curan, pero donde la superpoblación se convierte en un problema que se resuelve a través de un algoritmo que decide quiénes son los individuos menos útiles para la sociedad. Aunque en esta ocasión la crítica social se mantiene, tras el éxito de Netflix, Gatztelu-Urrutia, Rivero y Desola amplían su perspectiva, aplicando el mismo concepto de desigualdad social en una escala global. Aquí, un virus misterioso parece estar acabando con los ricos, lo que, aunque parece improbable en términos biológicos, ofrece una interesante reflexión sobre el caos de la sociedad y una forma de invertir las estructuras de poder. La película aprovecha esta situación para poner la sociedad patas arriba, mientras explora de forma entretenida la brecha entre los que tienen y los que no tienen, continuando la misma línea crítica que en su anterior éxito. Aunque no acaba de funcionar del todo y se hace tediosa en ocasiones.

La premisa de La fiebre de los ricos es de lo más curioso: un virus letal afecta a las personas más ricas del mundo, obligándolas a desprenderse de sus bienes y lujos para sobrevivir. En este contexto, Winstead interpreta a esta ejecutiva de Hollywood antes mencionada que, inicialmente está enfocada en ascender en su carrera, pero pronto se ve forzada a enfrentarse a una situación mucho más aterradora. Tendrá que hacer todo lo posible por despojarse de su estilo de vida acomodado y mantener a salvo a su familia, mientras el mundo a su alrededor se desmorona. Lo que empieza como una sátira cómica, con elementos absurdos y exagerados, rápidamente toma un giro dramático y se convierte en un ‘thriller’ distópico que por momentos se antoja excesivo e incluso plomizo. El director no tiene reparos en retratar a los ricos como víctimas de un sistema que los había protegido hasta ese momento, mostrándolos de repente en una situación similar a la de los refugiados políticos, forzados a perder todo lo que conocen y valoran. La película juega con esta idea a través de situaciones que oscilan entre lo grotesco y lo ridículamente exagerado, creando una sensación de desconcierto y reflexión constante en el espectador. Aunque, hay momentos puramente entretenidos, se queda a mitad de camino en es su intentona para provocar reflexión.

Las interpretaciones son sólidas, con una protaqgonista haciendo un esfuerzo notable por despojarse de su vanidad y abrazar el caos y la locura que le exigen las circunstancias. Su interpretación logra transmitir la evolución de su personaje desde una persona preocupada por el estatus social hasta alguien que debe enfrentarse a una realidad mucho más temible y desafiante. La protagonista de Aves de presa Winstead parece muy cómoda durante todo el metraje y dotando a su personaje de unas capas complejas, hasta el punto de que no estás del todo seguro de hasta qué punto estás seguro de empatizar con ella. A pesar de todas las adversidades, esta productora nunca pierde su dureza interna, incluso cuando la situación se vuelve más desesperada hacia el final del metraje. Igualmente, Rafe Spall cumple papel de Tony, además de otros secundarios como Lorraine Bracco. Es una pena que la buena labor actoral se vea lastrada por un guión que no acaba de cumplir con las expectativas.
Si te gusta 'El hoyo 2' no puedes perderte esta película de ciencia ficción: Siempre se nos olvida que existe, pero es uno de los mejores del géneroEl estilo del filme evoca los amargos futuros distópicos de Andrew Niccol, y también recuerda en su atmósfera y tono a Hijos de los hombres, aunque la cinta de Gaztelu-Urrutia no llega a la misma intensidad visual y narrativa que estos referentes. Aunque la película es intrigante en su planteamiento y lleva al espectador a través de una atmósfera de creciente desesperanza, no alcanza la misma fuerza que sus anteriores trabajos en términos de efectividad. Y es una pena, ya que no logra explicar todo de manera convincente y parece conformarse con funcionar más como una alegoría o metáfora que como una obra que ofrezca respuestas claras. Uno de sus puntos a favor es la manera en que logra crear tensión, usando su banda sonora como un presagio de la decadencia social. Al final, uno podría lamentar que la película no tenga la actitud provocativa de El hoyo, un filme que tiene lo necesario para mantener el interés del público interesado y hacerle reflexionar sobre el mundo contemporáneo.