Bruce Willis llegó como la última opción a este papel protagonista: nadie sabía que estaban ante una de las grandes películas de acción del siglo XX
Alesya Makarov
Alesya Makarov
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Digo muchas palabrotas todo el rato (y hago vídeos también de p**** madre).

'La jungla de cristal' fue un proyecto casi condenado al fracaso. Ficharon al protagonista a regañadientes pero, ¿quién se arrepiente ahora?

20th Century Fox

Jungla de cristal comenzó como empiezan las mejores historias: siendo un fracaso. Nació como la adaptación de la novela titulada Nothing Lasts Forever, de Roderick Thorp, que presentaba a un detective mayor enfrentándose a un grupo terrorista real y tenía un estilo mucho más amargo. Querían a Frank Sinatra para el papel, pero éste dijo que no. Y después también lo rechazó Arnold Schwarzenegger. Y Silvester Stallone. Y Clint Eastwood. Hasta Burt Reynolds y Richard Gere fueron tanteados y dijeron que no. Total, que Bruce Willis apareció como última opción y el estudio tuvo que aceptarlo.

Quién iba a decirles, a los unos y los otros, que esa película de acción por la que nadie daba un duro terminaría convertida en un absoluto clásico del género y siendo la favorita para ver en Navidad para muchos espectadores. Hoy toca repasar la historia de la cinta en una nueva pieza de No son como las demás, de Alesya Makarov.

El tema central de la película no es el terrorismo ni la acción vacía, sino cómo un hombre quiere pedir disculpas y no sabe cómo. Esto viene de un suceso real que le ocurrió al guionista Jeb Stuart, quien sufrió un accidente doméstico serio y una fuerte disputa familiar. Stuart se encontraba muy vulnerable cuando escribió el libreto y ese pesar se traspasó a John McClane. Después Steven E. de Souza se sumó como co-guionista y empujó la historia hacia un ritmo más ligero, más ágil y más irónico, equilibrando el tono entre drama personal y entretenimiento puro. El resultado fue un equilibrio extraño: un héroe defectuoso insertado en una maquinaria de acción extremadamente precisa.

Los pequeños detalles que la hicieron grande

En medio de este proceso, hubo curiosidades editoriales y de guion que ayudaron a moldear el tono final. El famoso “Yippee-ki-yay” apareció casi como una broma improvisada en el set. La idea de que los villanos fueran ladrones disfrazados de terroristas surgió para evitar problemas con la censura y para mantener un ritmo más ágil. La figura de Holly, la esposa de McClane, pasó por múltiples revisiones para evitar que quedara reducida a un simple macguffin romántico. Y la estructura narrativa se llenó de pequeños insertos visuales: planos de pies descalzos, planos del walkie-talkie, planos del reloj que después sería clave para el desenlace. Cada una de estas decisiones, aparentemente menor, contribuyó a construir un engranaje de precisión narrativa que otros blockbusters envidiaron durante años.

El rodaje épico fue otro de los factores que alimentó la leyenda de la película. La torre utilizada —el edificio de la Fox en Century City— no estaba completamente terminada, lo que permitió usar zonas en construcción para rodar escenas de explosiones y tiroteos sin necesidad de sets gigantescos. Willis, que rodaba por la noche después de su jornada televisiva, terminaba muchas secuencias exhausto. Los especialistas, coordinados por un equipo experimentado, diseñaron caídas que aún hoy parecen peligrosas. La película no recurre a la edición hiperfragmentada tan común en el cine de acción actual. Deja que el cuerpo del actor o del especialista atraviese el plano, que la luz dibuje el movimiento, que el espacio respire. Esa fisicidad, esa textura tangible, es una de las razones por las que sigue sintiéndose fresca. Incluso las limitaciones técnicas —como el uso de maquetas para las explosiones exteriores— acaban sumando a la autenticidad visual del conjunto.

20th Century Fox

Cuando La Jungla de cristal llegó a los cines en 1988, nadie esperaba que redefiniera un género entero. Era, en apariencia, otra película de acción ambientada en un rascacielos, con un policía cínico, un grupo de terroristas bien organizados y una serie de explosiones calculadas para emocionar al público veraniego. Pero lo que parecía un producto rutinario terminó convirtiéndose en una piedra angular del cine comercial de los últimos cuarenta años, una obra capaz de sostener conversaciones sobre identidad, masculinidad, familia, política y espectáculo con la misma facilidad con la que hacía estallar cristales en pantalla.

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