Aladdin fue siempre un problema para Disney: aunque fue elegida entre las tres candidatas para ser la película de animación de 1992 (entre una adaptación de El lago de los cisnes y otra que después sería El rey león), el guion no terminaba de funcionar, y Jeffrey Katzenberg, el director del estudio, decidió tomar medidas desesperadas: en abril de 1991 exigió que la historia al completo se rehiciera de arriba a abajo (eliminando a la madre de Aladdin, que entonces era un personaje vital)... sin cambiar su estreno en salas, año y medio después. Fue tal el estrés que ese día fue conocido a partir de entonces como "Black Friday". Y con razón.
Hay un genio tan genial
Hubo varios cambios en el guion que la hicieron más apetecible: envejecieron a Aladdin (originalmente era un chavalín, que pasó a tener más constitución física y la cara de Tom Cruise), endurecieron a Jasmine... E hicieron, de la manera más inteligente posible, que toda la película se basara en el primer deseo de Al. Sí, sí, como lo oís: al principio de la película, Aladdin le pide al Genio que le convierta en un príncipe, y a eso es a lo que dedica el resto de la película. Vestirle de príncipe y hacerle entrar con elefantes al ritmo de Príncipe Alí no le convertía en tal, al fin y al cabo.
Todo lo que pasa en la película, de inicio a fin (incluyendo la traición de Jafar) tiene su base en aquel primer deseo. Al fin y al cabo, para convertirse en un príncipe de puro derecho, Aladdin debe conseguir que se cambie la ley, y para ello es necesario que venza a Jafar y pruebe ante el Sultán que es merecedor de la mano de Jasmine. Al final de la película, el Genio ha cumplido al cien por cien con su trato, y Aladdin, marido de Jasmine, se convierte en un príncipe de puro derecho.
Así es: los deseos maquiavélicos de Jafar realmente son inútiles, porque se trata solo de un mal menor, algo por lo que todos deben pasar para convertir a Aladdin en el verdadero príncipe de Agrabah. La magia del guion.