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    Entrevista a Javier Rebollo: "Las mejores películas de la historia del cine tienen voz en off"

    El cineasta presenta hoy en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián su última película: 'El muerto y ser feliz', rodada en Argentina a lo largo de un sinfín de kilómetros y protagonizada por José Sacristán, que da vida a un asesino a sueldo afectado de cáncer terminal. A nosotros nos ha encantado.

    ¿Por qué haces cine?

    Es una forma de ver la vida. De relacionarte con las formas, con las personas, con los paisajes. Para entretener a la muerte, que decía Bukowski. Para construir tu biografía a través de las películas, puesto que es inevitable dejar en ellas huellas de todo lo que te está pasando. Truffaut preguntaba: ¿harías cine en una isla desierta? Yo creo que sí lo haría. Es como una droga. Al principio empiezas a hacerlo porque quieres estar más cerca del cine, porque te gustan las películas. Y una vez que empiezas ya no puedes parar. Aunque luego te das cuenta de que para estar cerca de las películas lo mejor es no dejar nunca de verlas. También creo que uno es cineasta aunque no ruede, no puedes dejar de serlo. Igual que un escultor o un pintor. Antonio Drove siguió siendo un cineasta hasta el final y eso que estuvo veinte años sin hacer películas. No es una profesión es una forma de ver al mundo.

    ¿Y dirías que tus películas responden más a la vida o al cine?

    A la vida. A mí me encanta el cine pero una película que sólo beba de ello produce obras que están desconectadas de la vida. Uno tiene que tener sus padrinos, sus filiaciones, pero debe aprender a desligarse de ellos. Quizás eso ocurre más en las primeras películas, por eso nos quedan más ambiciosas, más largas. Pero a medida que creces tienes que ir despojándote de ello. Tienes que tender a despojarte de las referencias, tender más a la simplicidad, que no se noten todas esas influencias. A mí me interesa que el cine tenga que ver con la vida, bueno, con la vida y con la bebida. Con el alcoholismo. Como todos esos viejos cómicos alcohólicos. Mi película tiene que ver con la vida, por eso tiene la muerte en el título.

    ¿Entonces la obra de un autor debería tender hacia la simplicidad o hacia lo barroco?

    Depende. Hay artistas que tienden hacia la abstracción, hacia el vaciado, y artistas que tienden al barroquismo. No es lo mismo las últimas películas de Chaplin y John Ford que las de Dreyer o Marcel Hanoun.

    ¿Y en tu caso?

    No lo sé. Yo no hago planes. Aunque cuando miro hacia atrás sí que veo una red de correspondencias. Creo que cada vez me gusta trabajar con menos cosas. A mí me gusta el vacío, el ser esclavo de algo. Y cuando menos elementos tiene un plano mejor, así obligas a trabajar al ingenio. Aunque claro, tal y como están las cosas, los cineastas nos vemos cada vez más forzados a trabajar con menos recursos (risas).

    ¿Dirías que con los años y las películas resulta más fácil o más difícil hacer cine?

    ¿A nivel íntimo o de producción?

    Íntimo

    Te diría que cuánto más sabes más te das cuenta de lo difícil que es hacer una buena película. Al principio eres un insensato, tienes el descaro de un niño. Hay un poeta belga que me encanta que se llama Paul Nougé que tiene un librito fantástico que se llama “Notas sobre el ajedrez”. En él dice que los únicos maestros del ajedrez son los niños y los viejos porque son los únicos que pueden hacer movimientos inesperados, insensatos, imposibles de calcular. Creo que pasa lo mismo con la escritura y con el cine. Cuando eres joven haces muchas locuras, la mayoría tonterías pero también alguna pequeña genialidad. Y mira las últimas películas de Douglas Sirk, de Joseph Von Sternberg, de John Ford.  En ellas se liberan de lo articulado, tienden a ser imprevisibles con esa insensatez de los grandes maestros. Y yo creo que esos dos extremos se tocan.

    Hablemos de la película. Si hay un factor determinante en ella es el uso de la voz en off, que juega a varios niveles narrativos y que siempre está presente.

    Es bastante más complejo de lo que parece. La voz en off de ‘El muerto y ser feliz’ no es una voz sencilla. Los primeros minutos de película cortocircuita el visionado, por eso el primer plano es tan largo, para que el espectador pueda entrar en esa voz. En mis guiones siempre ha habido una voz que era una mezcla de la de Lola Mayo (coguionista) y la mía. Tengo una forma de escribirlos de tal forma que el protagonista también es el escritor y él va contando todo lo que pasa. Y, ojo, también dudando, cuestionando qué es lo que se está haciendo. Porque qué es la escritura sino una forma de saber lo que quieres escribir. Es una manía natural.

    Lo que ocurrió es que mientras estaba buscando localizaciones: lo que fue un proceso arduo, pero bellísimo, puesto que viajamos por unos 25000 kilómetros (al final en la película el recorrido que abarca es de 6000); a medida que la escritura evolucionaba me di cuenta de que esa voz tenía que ser visible. Lo vi claro. Fue una epifanía: tenía que estar yo en el relato.

    25000 kilómetros son muchos kilómetros

    25000 kilómetros ¡sin conducir! Siempre tenía que ir alguien manejando,  yo no tengo carnet (risas).

    ¿Te preocupa que la gente no entienda la omnipresencia de la voz en off?

    Entiendo que la voz en off está muy mal vista. Es normal, es lo que usan los malos cineastas para usar de muleta. Pero también es cierto que las mejores películas de la historia del cine tienen voz en off: desde ‘El cuarto mandamiento’ a ‘Centauros del desierto’ pasando por ‘Historias extraordinarias’ y ‘Jules y Jim’. Pero esta voz es diferente a todas, aunque suene soberbio e ingenuo. Para empezar porque no es uno sino varias: la mía, la de Lola, la de la conciencia de Santos, la que narra desde fuera del plano… Pero todo ello va armando una única narración a partir de una falsa voz omnisciente. Porque no hay nada más feo que una voz que lo sabe todo. Por eso quería que la voz de mi película también tuviera distintos tiempos verbales, que conviviera el pasado con el presente y el futuro. Una voz que evoluciona hasta desaparecer.

    Una última pregunta: ¿A parte del cine qué es lo que más te gusta de la vida?

    Comer, beber y leer.

    Alejandro G.Calvo

    El muerto y ser feliz

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