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    Festival de San Sebastián Día 6: Fernando Eimbcke y los amores de verano de 'Club Sandwich'

    'Club Sandwich' se descubre como uno de los títulos más completos de la sección oficial. También vimos 'Condenados' de Atom Egoyan y la serie de televisión de Oliver Stone, 'The Untold History of the United States'.

    Si no me falla mucho la memoria, el cineasta mexicano Fernando Eimbcke ha desfilado por San Sebastián -en diferentes secciones- con todos sus largometrajes: Temporada de patos (2004), Lake Tahoe (2008) y, ahora a competición, con Club Sandwich. Cineasta afín a los tiempos medios del cine contemporáneo -pasión por el plano largo y silencioso pero sin llegar a desgastar la paciencia del espectador- pero que siempre imbuye a sus películas de cierto tono naif, así como de un humor versátil (algo funambulista) que puede ir de la broma fácil al gag de altura. En Club Sandwich Eimbcke cuenta una doble historia: por un lado la del primer amor veraniego de unos jóvenes rollizos y silenciosos, por otro el cómo ello afecta a la madre soltera del chico de la pareja. Sin grandes aspavientos ni diálogos fuera de margen, la película logra transmitir el emocionante tedio con el que unos se sumerge en los horarios festivos, así como lo complejo de las relaciones maternofiliales y los entrañables coqueteos sexuales de unos adolescentes imberbes. Sin llegar a rasgar la imagen ni tampoco malearla lo suficiente como para resultar convencional, Eimbcke se queda en una difícil zona de nadie, incapaz de convencer a la crítica más dura por la accesibilidad de su planteamiento, e igualmente lejos de la crítica más adocenada, esa que cuando ve un plano fijo se pone a insultar a la pantalla. Curiosamente, a mí me gusta. Y mucho. Creo que la fluidez y emotividad con la que fluyen las imágenes de Club Sandwich, sumado a lo corto del metraje (70 minutos), son dignas del mayor de los elogios, básicamente, porque son altamente disfrutables. Y además hay una bomba al final de la cinta en forma de baile "sexy" que es, desde ya, la mejor secuencia vista en la sección oficial de este 61 Festival de San Sebastián.

    Club sándwich

    Oliver Stone lleva toda la semana recorriendo las salas de los cines Príncipe presentando (más un posterior coloquio) todos los capítulos de su serie para televisión The Untold History Of The United States. Doce capítulos con un riquísimo material de archivo donde Stone analiza la historia de su país de origen a lo largo del Siglo XX, según sus palabras, "como respuesta a la pobre enseñanza que se da de ella en las escuelas americanas". Stone es un veterano en el terreno del documental político, célebres son sus películas-entrevista a Fidel Castro y Arafat, además de un conocido retratista de los presidentes americanos -JFK, Nixon, W.-, siempre posicionándose como un férreo crítico de las posturas dictatoriales para con América Latina, así como un anticapitalista reconocido (Wall Street) y un hombre, en general, en contra de toda guerra (Platoon). Así que los lectores podrán imaginarse la acidez y mala leche que desborda su repaso a la historia de América, adentrándose en las peores gestiones de las administraciones más conservadoras -Nixon, Reagan, los dos Bush- y sacando a relucir los trapos sucios de todos ellos. Sin duda, un texto ágil, valiente y, hasta cierto punto, necesario. Tan parcial como lo es Michael Moore, pero Stone tiene la decencia de quitarse del primer plano para ceder importancia a los hechos históricos. Al fin y al cabo estamos en una clase de Historia.

    Oliver Stone

    En Condenados Atom Egoyan retrata el trágico suceso real acaecido en West Memphis en los años noventa, donde tras el brutal asesinato de tres niños de la zona se desató una caza de brujas que acabó por castigar con penas capitales a tres jóvenes marginales del pueblo -un retrasado mental y dos jóvenes amantes del heavy metal y la parafernalia satánica-. La película funciona como tv movie judicial al uso, con un creíble Colin Firth -segunda película en San Sebastián donde vemos al oscarizado actor- y un retrato acertado de lo terrible y ciega que puede llegar a ser la venganza,  cuando el dolor sufrido es de tanta envergadura. A cualquier otro realizador igual le bastaría, el problema aquí es que se trata de Atom Egoyan, aquel cineasta que convulsionara hace dieciséis años el panorama cinematográfico con El dulce porvenir -donde también se narraba una tragedia infantil: el fatal accidente de un autobús escolar donde fallecían la mayoría de los niños ocupantes del vehículo-, un prodigio de sutileza, deconstrucción emocional y superlativa puesta en escena que, al compararla con esta nueva película, bueno, parece que estemos ante dos cineastas bien diferentes. Una lástima.

    Alejandro G. Calvo

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