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    Diego Lerman ('Refugiado'): "Me interesaba más retratar los rastros de la violencia que la violencia en sí misma"

    El argentino, director de 'La mirada invisible', estrena este viernes 6 de marzo su película sobre la violencia de género.

    Diego Lerman (Buenos Aires, Argentina, 1976) estrena este 6 de marzo en España su última película, Refugiado, que aborda el tema de la violencia de género sin artificio y con una apuesta por la economía narrativa. Dudas, miedos, promesas... Una "road movie' doméstica", como señala el también director de La mirada invisible, que además incluye una de las escenas más angustiantes del cine hispanoamericano reciente. Para rodarla, Lerman estuvo casi un año documentándose y entrevistando a mujeres maltratadas; tantas, que incluso tiene una oferta sobre la mesa para estrenar un documental.

    La historia de Refugiado gira en torno a las vidas de Laura (Julieta Díaz) y  Matías (Sebastián Molinaro), una madre y su hijo que, después de cansarse de la violencia que sufren por parte de Fabián, el padre, se ven forzados a abandonar su casa. Laura está embarazada y, a la desesperada, emprenderá la huída hacia un lugar mejor... si es que ese lugar existe. Auténtica 100% y muy alejada del amarillismo y el cine social panfletario. Bajo estas líneas, la entrevista que le hicimos a Diego Lerman en San Sebastián.

    ¿Cómo se te ocurrió la idea de Refugiado?

    Surge de una anécdota muy concreta. Yo estaba escribiendo una comedia; una película que no tenía nada que ver. Y un día, al llegar a la productora que tengo, la puerta estaba llena de sangre y estaban la policía y los medios. Y cuando pregunto qué había pasado, me cuentan que un hombre disfrazado de viejo le había disparado a su ex mujer delante de sus hijos. A partir de ese 'shock', estuve investigando un año la temática: pude entrar en refugios, empecé a entrevistar mujeres... Y así surgió el deseo de hacer la película. También quería abordar el tema de la mirada infantil, que por un lado es inocente y también una esponja. La idea es que funcione como un viaje o como una 'road movie' doméstica con elementos de thriller. Pero me interesaba más retratar los rastros de la violencia que la violencia en sí misma.

    ¿Por eso decidiste centrarte más en el punto de vista del niño?

    Se cruzaban dos cosas. Por un lado, esta anécdota que te contaba. Me llamó mucha la atención que el hombre estuviera disfrazado de viejo. Y me imaginaba a esos nenes mirando a su papá disparándole a la madre. Me parecía siniestro. Tremendo. El hombre después fue acusado y encarcelado y la mujer sobrevivió. Pero hay algo de esa mirada de los nenes que me atrapaba para tocar cinematográficamente. La película no aborda el tema únicamente, sino que también me interesaba ese borde entre el tema, el nudo, y también las digresiones que propone el mundo infantil. Como que por ejemplo, de golpe, dos niños se ponen a jugar en un refugio. Esa frescura... Que el niño lo vive [el problema] pero también se lo cuestiona desde un punto de vista muy simple. "Por qué hiciste lo que hiciste", le dice al papá.

    ¿Por qué el maltratador es sólo una voz en el teléfono o una imagen borrosa?

    Fue una decisión del guion para que la sensación de peligro estuviera de manera omnipresente. Más que ponerle un rostro y narrar esa relación, me interesaba atrapar esa sensación casi persecutoria que generaba en Laura y en Matías, que son la madre y el hijo. Porque la película también va sobre la ruptura o disección de una familia. Era más interesante tratarlo con un fuera de campo, como la violencia también, que explicitarlo. No quería enseñar cinematográficamente cómo es un hombre que pega a una mujer, sino qué es lo que genera. Narrar las consecuencias a través de muchos detalles.

    Supongo que así también querías deshumanizar al maltratador...

    Sí, aunque hice un 'casting' de actores para la voz y lo que buscaba precisamente era a alguien que no estuviera enfurecido; que no respondiera al prototipo. Buscaba la voz de un hombre arrepentido que busca el perdón de su mujer. Ese círculo medio psicótico con los "nunca lo volveré a hacer"...

    ¿Hay algo de autobiográfico en la película? ¿El drama de algún familiar, amigos?

    En realidad lo descubrí filmando la película. Pero no tiene que ver con la violencia de género en concreto, sino con el estado de fuga. Me identifiqué mucho con el nene cuando yo era chico, y cuando todavía era un poco más chico que la edad de Matías. Pero bueno... Mis padres fueron perseguidos por la dictadura militar y de un día para el otro nos tuvimos que ir de la casa donde vivíamos con lo puesto y dejando todos mis juguetes. Vivimos en bastantes casas durante bastante tiempo, aunque era por otros motivos, pero justamente hubo un período que nos recluímos en el Tigre -provincia de Argentina-... Y hay algo de lo que no me había dado cuenta. Cuando estaba rodando, empecé a identificarme mucho con el nene y me dije: "Claro. Yo viví algo parecido; por otras razones, pero no tan distinto".

    ¿Fue difícil encontrar a Sebastián Molinaro, el niño que interpreta a Matías?

    Tuvimos que ver a un montón de niños. Al principio iba a ser un niño de 3-4 años y después cambié el guion y le subí la edad. Hicimos un 'casting' muy grande y hasta que apareció Sebastián. Hizo lo que cualquiera recomendaría no hacer en un 'casting' y eso fue precisamente lo que me fascinó.

    ¿Qué hizo?

    No hizo caso en nada. Pero fue como absolutamente natural. Despojado. Se puso a saltar. Era como ingobernable y a la vez tenía una espontaneidad frente a cámara que decías: "No sé cómo, pero estaría buenísimo que fuera él". Seguimos probando y en el rodaje se convirtió en un actor profesional. Él no sabía el guion y, como filmamos cronológicamente, se iba enterando a medida que avanzábamos.

    ¿Se aprendió las líneas o más o menos?

    No. Hay algunas escenas que son improvisación completa, como el juego de nenes o... Hay varias. Pero otras son texto calcado del guion y bueno... Él llegaba y ya lo vimos en el 'casting'. Tenía una fabulosa memoria para decir ciertos textos de manera completamente natural. A mí me seducía hacer una película viva; que no luzca artificial, sino que parezca que está sucediendo. Y eso era mucho más importante que cualquier otra cosa. Todo lo iba acomodando en función de generar que este vivo. La primera toma siempre iba a ser la mejor, dejábamos la cámara prendida, yo daba indicaciones en toma... E incluso cambiando líneas de diálogo y después borrábamos mi voz en posproducción. Era como una locura, pero funcionaba. Julieta Díaz se cargó el protagónico y también fue una aliada esencial con Sebastián.

    ¿Por qué el refugio tiene tan poca importancia cuando le da el título a la película?

    Porque es un estado mental y también tiene que ver con el nene. El final no acaba con una situación definitiva. Después tiene que pasar algo más para empezar a construir una nueva vida. De la investigación surgió que, en muchos casos, las mujeres se quedan en el refugio; y en otros se van. Para quedarse ahí tienen que hacer una denuncia y en muchísimos casos no están dispuestas. El refugio era una estación más. No quería que la película se quedara ahí, sino que fuera una 'road movie' con toques de thriller. Muchas mujeres que aparecen como extras brindaron testimonios de violencia de género durante la investigación. Dentro, todas, pero también fuera del refugio.

    ¿Por qué un final tan abierto?

    Porque me parecía que había algo... El final era todo un tema en la película. El guion ni siquiera tenía final. Fui a rodar así y la última semana me puse a escribir toda la noche. Surgió en el rodaje y quería que reflejara un poco la experiencia de rodar la película. Que quedara abierto era lo más lógico. Porque ni están a salvo pero sí que están preservados temporalmente. Son tres días en las vidas de estos dos personajes y a lo que llegan es a poner un límite y una distancia. No a más. Son procesos muy complejos y contradictorios los que sufren estas mujeres. No quería un final conclusivo ni tranquilizador.

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