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    San Sebastián 2018: Nos despedimos del Festival con la tarantiniana 'Malos tiempos en El Royale'

    En Sección Oficial, ’Blind Spot’ se convierte en la sorpresa del certamen. En Perlas, Nadine Labaki se pierde entre la miseria en ‘Cafarnaúm’ y Bradley Cooper firma una delicada ‘Ha nacido una estrella’.

    Apuntaba a título más ‘cool’ del 2018 lo nuevo de Drew Goddard –“el Godard bueno”, según los críticos más cachondos-: Malos tiempos en El Royale, película que ha clausurado el Festival Internacional de Cine de San Sebastián contando con la presencia de su director y de uno de sus actores principales, Chris Hemsworth. La expectación estaba más que justificada, Goddard sólo cuenta con un largometraje en su haber, La cabaña en el bosque (2012), una de las ‘cult movies’ más categóricas del siglo, además de haber puesto su firma en algunos de los mejores capítulos de series tan antológicas como Buffy, cazavampiros (2002-2003), Alias (2005-2006), Perdidos (2005-2008) o la misma Daredevil (2015).

    Malos tiempos en El Royale es un relato ‘pulp’ con tanto mojo que a veces desborda pero, ¿qué cuenta exactamente? Como un relato de Agatha Christe editado por Raymond Chandler, la película sitúa a un puñado de personajes en un único escenario: el motel El Royale, situado entre la frontera de Nevada y California –la idea le vino a Goddard del motel Cal Neva Resort que fue propiedad de Frank Sinatra-, en un juego de identidades secretas y mentiras encubiertas donde se cruzan crimen, sexo, atraco y la conquista del sueño americano, todo ello sin desdeñar un meta-humor que llega a resultar de lo mejor de la función. Con un reparto plagado de estrellas –Jon Hamm, Dakota Johnson, Jeff Bridges, Chris Hemsworth, Cynthia Erivo (que este año repite ‘hit’ con Viudas de Steve McQueen)- y un arranque de ovación, tanto en su prólogo como en la presentación de personajes, la nueva película de Goddard tiene un referente tan claro que es imposible quitárselo de la cabeza durante los largos 140 minutos que dura la película.

    Y ese no es otro que el cine de Quentin Tarantino. Así que ya, de entrada, todo resulta mucho más extraño de lo que debería. Malos tiempos en El Royale parece ser un cruce entre Los odiosos ocho (2015) y Four Rooms (1995), cogiendo de la primera el cruzar unos pocos personajes violentos en un solo escenario y de la segunda la estructura episódica (también ocurría en Malditos bastardos (2009)) plagada de ‘flashbacks’ que den explicación al pasado de los protagonistas. El problema, claro, es que Goddard está lejos de ser tan buen escritor como Tarantino, de ahí que los largos diálogos de la cinta carezcan del estilazo pop del firmante de Pulp Fiction (1994) y acaben resultando algo cargantes, como si todos duraran ocho minutos más de lo deseado. Si a eso le sumamos la larga duración de la cinta y los continuos requiebros que esta tiene, todo ello acaba por lastrar la cinta de Goddard hasta un hastío considerable. Eso no quita que la cinta tenga momentos brutales, golpes argumentales sorprendentes, muertes inesperadas y un corazón malsano de lo más sugestivo, pero si se valora como un todo es innegable pensar que con treinta minutos menos de cinta, ésta podría haber sido una gran película. Cosa que al final, no consigue.

    Alejandro G. Calvo

    ‘Blind Spot’: La sorpresa del Festival

    También en Sección Oficial, pero sí compitiendo por la Concha de Oro -Malos tiempos en El Royale se proyecta fuera de concurso-, vemos Blind Spot de Tuva Novotny. La cinta, que sigue a una familia cuando una gran tragedia les golpea, se ha convertido en la sorpresa del Festival. 

    Esta directora novel, que ha participado como actriz en títulos como Aniquilación (2018), Borg McEnroe. La película (2018) y Come, reza, ama (2010), firma -tanto en la realización como en el guion- un singular y arriesgado trabajo de forma. Rodado en un solo plano secuencia, Blind Spot trata, de forma casi imperceptible, el tema del ‘bullying’, y también es una crítica al sistema sanitario noruego.

    Novotny comienza su obra con una situación de lo más común: una joven que sale de su entrenamiento de balonmano y se dirige a su casa acompañada de una amiga. El filme rebosa de ordinario, pero también de amenaza. Y, sin avisar, todo explota. Es en ese estallido cuando el título de la cinta cobra sentido y la cámara se coloca en un punto ciego (en inglés “blind spot” significa “ángulo ciego”) jugando con la intuición del espectador. Ahí es cuando Blind Spot se vuelve incierta y una continua duda. Novotny elimina el proceso de montaje y, con ello, el espectador se encuentra ante algo que tiene que desmenuzar él mismo. Los personajes, los cuales van pasándose de forma orgánica la acción como si de una carrera de relevos se tratase, son los únicos capaces de responder a las preguntas del público. 

    Blind Spot pilla por sorpresa. De eso no hay duda. Y, aunque es un ejercicio en el que cuesta meterse de lleno y algunos momentos pueden provocar pesadez, Novotny es capaz de manejar los tiempos correctamente, dotando a cada nueva información del tiempo honesto para que se vaya mostrando en pantalla. Pero eso ni significa que sea fácil de ver. La cinta exuda nerviosismo, malestar y ansiedad. Novotny se luce quitándole el aire al espectador y convirtiendo a Blind Spot en algo que cuesta respirar. 

    Andrea Zamora

    Mooz Films

    ‘Cafarnaúm’: Labaki se pierde entre tanta miseria

    En nuestro último día en San Sebastián, en la sección Perlas, hemos visto Cafarnaúm, la última película de la cineasta Nadine Labaki, igual de comprometida que siempre pero mucho más trágica que en Caramel (2007) e ¿Y ahora adónde vamos? (2011), sus dos anteriores trabajos detrás de las cámaras. La también actriz sitúa la acción en el pueblo pesquero libanés que pone nombre al título y arriesga al apostar por una historia descarnada y una atmósfera agonizante y opresiva, que genera incomodidad y saturación en el espectador. El pequeño Zain, interpretado por el refugiado sirio de 13 años Zain Al Rafeea, declara ante el juez de un tribunal internacional. Este pregunta el motivo por el que ha demandado a sus afectados padres. “Por darme la vida”, contesta él.

    En Florescencia, la autora sudafricana Kopano Matlwa afirma que estar vivo es lo más peligroso del mundo. “En cualquier momento puede pasar cualquier cosa”, escribe. “Estar muerta es más seguro”. La directora libanesa parece sostener esta idea en Cafarnaúm, una agria denuncia del maltrato infantil en Líbano y una crítica del empeño del Estado en seguir a pies juntillas la ley, en todo momento, anteponiéndola siempre al humanitarismo.

    Aunque descarta mostrar en pantalla hechos terribles como violaciones y palizas y no enseña un ataque violento de Zain al marido de su hermana Sahar, también es cierto que el filme se propasa en su plasmación de la miseria y la pena que vive su protagonista. Zain trabaja en la calle, sufre insultos y agresiones por parte de sus padres, cuida por sí solo de un bebé de un año y se lanza con él a las calles, donde vende tramadol para conseguir dinero. Y no estamos describiéndolo ni siquiera la mitad. La realidad, sin duda, es mucho más escalofriante. El problema radica en que, en su celo por revolver y enredar al público, la cinta consigue justo el efecto contrario al que persigue. Tanta violencia genera un manto anestésico. Y esa especie de escudo para contraatacar un dolor que se sale del umbral que nos permitimos embota y adormece la sensibilidad de quien observa. Pero, curiosamente, y aunque destaque más cuando refleja el poso de inocencia que todavía queda en el corazón del niño, puede que Labaki también salga victoriosa en su equívoco. Todos estamos insensibilizados y aletargados. Y ya es hora de despertar.

    Warner Bros. Entertainment Inc. / Neal Preston

    Ha nacido una estrella, y su nombre es Bradley Cooper

    También en Perlas, el tres veces nominado al Oscar en categorías interpretativas Bradley Cooper presenta su ópera prima como director, Ha nacido una estrella. Se trata del tercer ‘remake’ de la película original de 1937, tras el primero de George Cukor de 1954, con Judy Garland y James Mason, y el último de 1976 de Frank Pierson, con Barbra Streisand y Kris Kristofferson. No es la primera vez que vemos una película de estas características. Pero Cooper la reviste de tal sensibilidad, de tal delicadeza, que es imposible no quererla.

    En esta última versión, el actor de El lado bueno de las cosas (2012) y El francotirador (2014) se mete en la piel de Jackson Maine, un músico curtido y azotado por un drama familiar que, por casualidades del destino, conoce a Ally (Lady Gaga). Aunque esta ha abandonado su sueño de convertirse en cantante profesional, Jackson ve en ella el talento natural que se esfuerza por salir venciendo las inseguridades. Pero la adicción de él al alcohol y a las drogas y el éxito de ella amenazarán con poner en peligro su relación.

    La química entre ambos es innegable. Uno y otro, dan lo mejor de sí cuando comparten escenas. Cuando la cantante versiona ‘La Vie en rose’ de Édith Piaf, cuando interpretan juntos en el escenario la hipnótica ‘Shallow’ -firme candidata a la Mejor canción de los próximos Oscar- o cuando entonan el ‘I’ll Never Love Again’ delante del piano. Pero hay algo más. En su debut, Cooper nos abre la puerta al corazón y a los demonios de Maine y nunca suelta de sus taciturnos ojos azules un perdón que sirve de entrecortada y tímida disculpa, siempre cabizbajo, con el fin de dispensarlo de su incapacidad de redención.

    En su primer gran papel en el cine tras Machete Kills (2013), Sin City: Una dama por la que matar (2014) y la televisiva American Horror Story, Gaga deslumbra más cuando es Stefani -su verdadero nombre- y cuando se desprende de los artificios asociados a la fama que experimenta su personaje -como esa nada disimulada crítica a las reinas prefabricadas del pop. Porque, a fin de cuentas, Ha nacido una estrella defiende el honrado y valiente mensaje de que más vale tener algo que decir sintiéndolo como propio que vivir la gloria artística (o no artística) desvirtuándose y mistificándose a uno mismo.

    Santiago Gimeno

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