Seguramente Perdidos sea un éxito en Netflix o en cualquier streaming donde lo quieran poner, pero es difícil darse cuenta de su verdadera importancia si no viviste su época hace veinte años. Es muy probable que, con permiso de Juego de Tronos, fuera el último gran fenómeno audiovisual. Se lanzaron enciclopedias repletas de secretos, videojuegos que -se supone- revelaban misterios, Lostzilla era nuestra web de referencia y probablemente no exista un solo millennial que no sepa continuar la secuencia de números 4, 8, 15... Fue enorme. La queremos. Pero.
¡Estamos perdiditos, perdiditos!
No cabe duda de que por el camino sus creadores se dejaron un buen montón de misterios sin resolver, con la esperanza de que nosotros, como espectadores, llenáramos los huecos nosotros mismos. Por ejemplo, ¿qué pasaba con los poderes de Walt? ¿Qué significaban los números? ¿Y el monstruo? ¿Quién construyó la estatua? Podríamos seguir así hasta mañana, pero al César lo que es del César: se respondieron muchas más preguntas de lo que se dice.
Una de las quejas más habituales de la serie tiene que ver con los osos polares: ¿Qué hacían ahí? ¿Por qué estaban en la isla? Sin embargo, sí que dieron una solución. A su manera, claro. En la temporada 6 del DVD se incluía un corto que servía de epílogo y en el que veíamos a Ben revelando cómo los osos polares habían llegado a la isla. Por supuesto, era cosa de DHARMA, que les llevó allí surcando el espacio-tiempo gracias a la rueda que vimos al final de la temporada 4.
Puede que no sea la mejor de las explicaciones, pero es la que hay: DHARMA quería utilizarlos para hacer un estudio electromagnético debido a su gran memoria y adaptabilidad. De hecho, después de enseñarles a resolver puzzles en jaulas, les llevaron a otra estación con un clima helado para que estuvieran a gusto. Un enigma menos, solo quedan otros cincuenta.