En la vida hay muchos factores que empujan a la gente a tomar decisiones. Una de ellas es la de demostrar que uno tiene la razón, que transmite una extraña sensación de placer que se persigue a toda costa. Otra de ellas es el dinero, sobre todo la posibilidad de ganarlo en cantidades importantes. Los concursos de la televisión hacen la mejor mezcla posible para explotar esos factores.
En la cima se podría colocar, sin duda, Quién quiere ser millonario, el icónico concurso de preguntas y respuestas donde no sólo se coloca uno en la encrucijada de cuatro posibles soluciones, sino también fiarse de que otras personas puedan tener la respuesta. No es fácil llegar a la ronda final, y no es sólo por la dificultad. En cierto punto te preguntas si puedes acertar eternamente y eso te lleve a la riqueza.
Una difícil decisión
Muchos abandonan antes de llegar al reto final, de manera voluntaria o por error. Unos pocos consiguen llegar y pierden, quedándose perplejos como poco al dejar pasar una generosa cantidad por dejarse llevar por el fervor de jugar. Ken Basin se topó con la disyuntiva más compleja posible y lo expresó abiertamente: podía tener razón y marcharse con los 500.000 dólares que ya había conseguido en la versión estadounidense del concurso, o jugársela con una respuesta más y equivocarse.
8 amigos construyeron un apartamento secreto en un centro comercial y se escondieron allí sin ser detectados durante añosFinalmente decidió jugar, porque el fervor del concurso te puede llevar a ello. Su valentía, eso sí, no fue premiada, y se quedó sin la mayoría de ese dinero. Basin falló la respuesta del reto final y “sólo” pudo llevarse 25.000 dólares. Pasó a la historia por ser el primer concursante de Quién quiere ser millonario de Estados Unidos que falla la pregunta del millón de dólares.
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