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    ANÁLISIS: 80.000 razones por las que tienes que ver 'The Leftovers'

    La serie de Damon Lindelof y Tom Perrotta llegó a su final el pasado 4 de junio en una 'season finale' que ya ha hecho historia. La televisión nunca volverá a ser la misma.

    La buena es la segunda temporada

    La segunda temporada de The Leftovers hizo que una buena serie se convirtiera en una serie trascendental. Con un chasquido de dedos, la fantasía se redobló –así como el número de médiums, profetas y, bueno, gente que habla con fantasmas-, el thriller cobró una intensidad eléctrica –la aparición de John como el villano de la función fue todo un acierto-, la densidad moral se iba enturbiando por momentos –el concepto de “ciudad milagro”, donde van a converger todos los chiflados y desesperados del mundo, es algo bárbaro- y, para postre cum laude, se pone en escena la muerte y resulta que ésta tiene forma de hotel psicotrónico, karaoke incluido.En ese momento, Damon Lindelof ya había superado, plenamente, a Perdidos (2004-2010). Sin quitar, por supuesto, valor a la icónica serie parida por el cerebro juguetón de J.J. Abrams, de la que The Leftovers recicla bastantes conceptos, tanto argumentales –el sci-fi como decorado para mostrar un drama de tintes trágicos- como de construcción narrativa –esos sublimes episodios dedicados a un solo personaje: Matt (s01e03), Kevin Sr. (s03e03) e, incluso, de puesta en escena –esa pasión por los planos detalle descontextualizados, convirtiendo un objeto particular en un leitmotiv del capítulo en sí (los cigarros, las palomas, etc)-; la serie de Perrotta/Lindelof, sin dejar de ser un juego de rol de lo más entretenido, tiende más al impresionismo estilístico, convirtiendo el artificio de sus giros argumentales en nodos arquitectónicos que ayuden a cohesionar la gran historia contada a través de sus 28 episodios.

    Aquí no hay falsas pistas (o sí, pero se muestran como tales) que sirvan para trazar un laberinto donde cualquier respuesta vale, en absoluto, en The Leftovers si no se dan respuestas, es porque no existen: de nuevo, la metáfora de la vida misma, donde tampoco hay soluciones fáciles y los enigmas persisten más allá de la propia existencia. Todo está más calculado, más medido si se prefiere, y si bien pueden o no gustar según que líneas narrativas –el barco-orgía del s03e5, con un título maravilloso: “It’s a Matt, Matt, Matt World”, funciona mejor como idea que como desarrollo-, estas tienen los suficientes elementos atractivos como para que nunca se pierda la esperanza.

    HBO

    Así frente a la estandarización estructural, muy atada a la novela de base, de la primera temporada y la lucidez creativa de la segunda, la tercera es ya un todo-vale donde los creadores deciden llevar al extremo todo tipo de soluciones formales y drásticos arcos argumentales a sabiendas de que, en ese momento, se han ganado el derecho a jugarse el todo por el todo. Por eso igual abren la cabecera –que mantiene las imágenes de la segunda temporada- con la sintonía de entrada de la sitcom Primos lejanos (1986) como con la (maravillosa) composición que escribió Max Richter para la primera. Por eso hay personajes que, prácticamente, ni aparecen –Jill, Erika- mientras que otros –Kevin Sr.- pasan a ser figuras principales. Por eso se les mete un pepinazo a los C.R. en los primeros pasos de la temporada, porque esto ya no va a ir nunca más sobre el enfrentamiento entre los que quieren vivir y los que quieren morir, sino que, directamente, nos vamos a enfrentar al apocalipsis tratando de evitarlo de todas las maneras posibles (por locuelas que sean). El apocalipsis global, claro, en forma de gran diluvio universal que ven los fatalistas, no deja de ser una nueva metáfora: lo que se trata de evitar es el apocalipsis íntimo que cercena la relación entre Nora y Kevin. Joder, ahora que digo sus nombres, digamos algo de sus increíbles actores: ¡Qué absolutamente maravillosos están Carrie Coon y Justin Theroux! Seguramente los que conocieran a Theroux de la obra de David Lynch –aparece tanto en Mulholland Dr. (2001) como en INLAND EMPIRE (2006)-, no se hayan sorprendido de la capacidad para mostrar el sufrimiento de este imposible mesías –barba inclusive- llamado Kevin Garvey (¿O era Harvey?).

    Pero desde luego lo de Carrie Coon es absolutamente increíble, más si tenemos en cuenta de que su carrera hasta Leftovers se reducía a pequeñas apariciones en series como The Playboy Club (2011) o Ley y orden: Unidad de víctimas especiales (episodio en 2013). Ellos son la razón principal para amar The Leftovers y, por eso, la tercera temporada se abre y se cierra con capítulos de título simétrico: s03e01, “The Book Of Kevin” y s03e08, “The Book Of Nora”; haciendo patente que si bien Kevin era el post-hombre capaz de superar a la muerte y combatir el apocalipsis, es en realidad Nora la única que será capaz de dar respuesta al gran interrogante de la serie. Pero la resolución del armagedón ya prácticamente no importa cuando empiezan a correr las imágenes de la season finale. Veinte años después (quizá más, no se deja clara la fecha), ya no nos importa qué leches pasó en el mundo para que el 2% de la población mundial desapareciera (incluyendo a Gary Busey y al Papa, dos pilares de la moral, cada uno a su manera). Nos dan igual si hay profetas y visionarios capaces de hablar con los muertos, leer el futuro a través de la huella pintada de la mano o ser capaces de eliminar el dolor de una persona simplemente dándole un abrazo. Nos. Da. Igual. Ahora lo único que queremos es salvar el apocalipsis íntimo que ha separado con una falla insalvable la relación entre Kevin y Nora –él planeaba morir de nuevo para así aprender a bailar la canción de la lluvia (más o menos); ella quería desmaterializarse mediante radiación de neutrinos para irse con los desaparecidos-.

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