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    ANÁLISIS: 80.000 razones por las que tienes que ver 'The Leftovers'

    La serie de Damon Lindelof y Tom Perrotta llegó a su final el pasado 4 de junio en una 'season finale' que ya ha hecho historia. La televisión nunca volverá a ser la misma.

    Ya en la primera temporada de The Leftovers se notaba que Damon Lindelof -recordemos: co-creador de Perdidos (2004-2010) y firmante de libretos tan estupendos como los de Prometheus (2012), Star Trek: En la oscuridad (2013) o Tomorrowland: El mundo del mañana (2015)- estaba logrando trascender la, por otro lado algo insulsa, novela de Tom Perrotta. Aún estaba por venir esa barbaridad televisiva que fue la segunda temporada y, claro, aún más lejos ese magistral cierre con que la serie nos despidió más allá del tiempo (e, incluso, del espacio), donde Lindelof -y la directora de la season finale, Mimi Leder- logran capturar la propia esencia de la emoción, a veces tan estúpidamente negada, de la belleza que conlleva la existencia humana. Pero, como decía, ya en los primeros capítulos quedaba claro que esta historia sobre la pérdida y la superación (o no) consiguiente, resguardada bajo el paraguas de la ciencia-ficción, era una metáfora mayestática de lo que implica vivir en un mundo donde, tarde o temprano, todos desapareceremos.

    Lo que ocurre en The Leftovers es que todos -o, al menos, una gran minoría- desaparecen al mismo tiempo, creando una herida de imposible curación y, de paso, sumiendo al mundo en un desgarro emocional donde todas las actitudes acaban por volverse extremas: el fanatismo religioso y/o cultista (si no son lo mismo), el amor y el odio (indistintamente) hacia el vecino, la atracción por el sufrimiento e, incluso, el suicidio... básicamente un “todo vale” porque “todo se puede ir a la mierda en cualquier momento”. Vivir la vida como si esta se fuera acabar acaba por borrar el propio sentido de la misma. A no ser que uno tire por tangente y decida todo lo contrario: se le busca un sentido absurdo y caprichoso a la “ascensión” de los desaparecidos y busque convencer, incluso por la vía de la agresión y la ignominia, al resto de congéneres de que su razón es la única razón válida. Como digo: una metáfora de la vida misma, con todas sus miserias y también todas sus alegrías, con todo su miedo pero también con todo su coraje, sólo que llevado un poco más al extremo.

    HBO

    Por eso The Leftovers es una distopía minimal, un post-apocalipsis donde aún quedan los suficientes restos del mundo anterior como para que nos sea imposible despegarnos de él –destruir esa certeza es el motivo moral principal de los Culpables Remanentes: acabar con toda esperanza mediante la renuncia absoluta al mundo anterior-, donde los protagonistas tienen que elegir cómo afrontar su futuro, ya sea acogiéndose a nuevas fes –por ridículas que suenen-, abordándolo desde el nihilismo (o el hedonismo) existencial, o abrazando la locura a manos plenas. Tratar de ayudar a reconstruir la comunidad para poder empezar a construirse uno mismo, de nuevo.

    Por eso la epidermis de los fotogramas (es un decir, aquí ya todo es HD) está siempre efervescente, como si los protagonistas de la serie –ya estén en Mapleton, Jarden o Melbourne- vivieran con un continuo nudo en la garganta, dispuestos a sincerarse a la brava para expresar así su sufrimiento buscando conseguir, al fin, trazar una línea de empatía con otro ser humano; por eso todas las relaciones entre los personajes es tan brutal, siempre moviéndose entre el llanto y la risa, entre el amor y el odio, entre la caricia y el puñetazo: Kevin/Nora, Matt/Kevin, Laurie/Jill, John/Erika, Erika/Nora, Laurie/Nora, Kevin Jr./Kevin Sr., Tom/Meg, Kevin/Laurie…

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