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    [Crítica] 'Lost in Space': espectacularidad visual, ciencia ficción clásica y dramas familiares convergen en la nueva serie de Netflix

    El 'reboot' de Netflix de la famosa serie de ciencia ficción de los 60 se estrena en la plataforma el próximo 13 de abril.

    Netflix

    Cuando Netflix anunciaba hace más de dos años su intención de hacer un 'reboot' de Perdidos en el espacio, la mítica serie de los 60 desarrollada por el apodado "maestro del desastre" Irwin Allen, la noticia era recibida con los brazos abiertos y merecida expectación. No era para menos, puesto que el proyecto, de la mano de los guionistas Matt Sazama y Burk Sharpless (Dioses de Egipto, Drácula: La historia jamás contada), estaba basado en una icónica serie de ciencia ficción que, con 50 años de progreso en el medio audiovisual, prometía una espectacularidad digna del aplauso de los amantes del género. Además, sumergirse de lleno en la ciencia ficción no era una tarea nueva para la plataforma de 'streaming', y menos ahora que tiene a sus espaldas una larga lista de títulos como Altered Carbon, Black Mirror, 3%, The OA, Stranger Things, Jessica Jones, Daredevil y el resto de las series Marvel entre un largo etcétera.

    Vistos los dos primeros episodios de Lost in Space previo a su estreno al completo en la plataforma el próximo 13 de abril, podemos confirmar que la espectacularidad visual que esperábamos y que ya nos adelantaba su primer tráiler es, definitivamente, un hecho. Ambos están dirigidos por Neil Marshall, director de algunos inolvidables episodios de Juego de Tronos, concretamente de 'Aguasnegras' (2x09) y 'Los vigilantes del Muro' (4x09). Ambos episodios albergaban dos de las más destacadas batallas de toda la trayectoria de la serie de ciencia ficción: la que enfrentaba al ejército de Stannis Baratheon contra los hombres del entonces Rey Joffrey, y la conocida Batalla de Castillo Negro en la que la Guardia de la Noche se defiende del ataque de Mance Ryder y su ejército de salvajes.

    La nueva Lost in Space nos traslada 30 años en el futuro para presentarnos a los Robinson, una familia que, junto a otras familias, están entre los elegidos para colonizar un nuevo planeta habitable y permitir así que la humanidad siga avanzando mientras la Tierra, víctima de la escasez de recursos, se enfrenta a sus últimos días. Ellos son John, Maureen, Judy, Penny y Will Robinson y, aunque al principio parecen la familia americana perfecta pero a bordo de una nave espacial, el espectador no tarda en darse cuenta gracias a la técnica del 'flashback' de que, a nivel sentimental, no lo son. Sin embargo, los conflictos personales de los Robinson -que a priori resultan un poco carentes de interés- son lo de menos cuando su nave, la Júpiter 2, se ve separada de la nave nodriza Júpiter y se estrella en un extraño planeta desconocido.

    Allí no tardan a enfrentarse en graves problemas que ponen en riesgo la vida de todos ellos en más de una ocasión y, aunque parece imposible que la serie pueda querer matar a alguno de sus protagonistas nada más comenzar, momentos de tensión máxima y constante se suceden uno detrás de otro en los dos primeros episodios, sin apenas dejar que el espectador disfrute de los impresionantes paisajes y de las brutales tecnologías, con cada detalle cuidado al dedillo, que la familia tiene a su disposición.

    Además de los Robinson, conocemos otros personajes en los dos primeros episodios de Lost in Space en los que no se profundiza demasiado, pero de los que ya tenemos la necesidad de conocer más. Ellos son la misteriosa Dra. Smith (Parker Posey) y el carismático Don West (Ignacio Serricchio) -ambos miembros de la tripulación de otra nave procedente de Jupiter-, y, sin lugar a dudas, el desorientado alienígena con el que establece contacto en miembro más joven de los Robinson. Un misterioso robot que atiende a las instrucciones de Will, pero cuyo oscuro pasado revela la existencia de otros seres a los que los Robinson y demás de colonos parecen tener motivos para temer. Sin duda, si la serie mantiene el equilibrio entre sus elementos -sin permitir, ojalá, que los dramas familiares devoren la trama-, tiene potencial para entretener de sobra y hacer disfrutar como niños a los amantes del género y de la serie original.

    Lo mejor: La factura visual.

    Lo peor: Los excesivos y poco creíbles conocimientos a todos los niveles que poseen los niños de los Robinson y las constantes reproches entre John y Maureen.

    ¿La seguiré viendo? Seguro.

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