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    Mataría por ver… Una continuación de 'Pesadillas' (con el mismo tufillo noventero)

    Esa musiquilla inquietante, esos giros finales inesperados, ese aire a otra época… Los capítulos basados en las historias de R.L. Stine eran la mezcla perfecta para engancharnos a la televisión.

    No sé a qué edad comencé a ver películas de terror de verdad, de las de adultos, sangre y sustos, pero cuando mis deberes todavía eran colorear con acuarelas y no me dejaban escribir con bolígrafo en los cuadernos escolares, los episodios de Pesadillas eran el máximo nivel de terror que podía aguantar. Aún así, cada fin de semana esperaba con ansias saber cuál sería la nueva aventura que me haría tener pesadillas esa noche. Era escuchar esa musiquilla de piano y ese “tan tan tan tan tantantan” y ponérseme los pelos de punta mientras corría como una posesa para no perderme al perro de los ojos amarillos. A día de hoy me pongo la cabecera y todavía siento las mismas sensaciones. Será que parte del mérito de la serie fue ese ‘opening’ siniestro, que era una obra maestra en sí mismo. ¡Si hasta empezaba con una amenaza hacia su joven público! “Temblad, muchachos, temblad. Qué miedo vais a pasar” -una frase que, por cierto, grabó Carlos Revilla, el mismísimo Homer Simpson. El de la época buena-.

    Desde entonces, pocas historias me han hecho sentir esa mezcla de desconcierto y terror que me dejaban los capítulos de Pesadillas. Aún sigo recordando ‘Melodía siniestra’ y al pobre Jerry, un niño al que le quieren quitar las manos para poder crear preciosas composiciones. El castigo del fantasma que le acecha es tocar música sin descanso para toda la eternidad. También se me viene a la cabeza ‘Playa fantasma’, donde los niños protagonistas descubren que todos a su alrededor son fantasmas y que a ellos no les queda mucho tiempo de vida. Sin olvidar 'Cómo conseguí mi cabeza humana reducida', donde un chico visita a su tía en una isla remota sólo para descubrir que vive entre no muertos y cabezas reducidas. El joven Mark termina cuidando de las versiones en miniatura de las tres personas que querían destruir el trabajo de su tía, los cuales están condenados a permanecer en una pecera hasta que cumpla 16 años. ¿Será que de pequeños somos más susceptibles y las historias nos dejan una huella más profunda? En cualquier caso, me niego a dejarme ganar por la madurez y hago un llamamiento para que se lleve a cabo un ‘remake’ de Pesadillas que consiga llegar a los miedos más profundos del público adulto mientras mantiene ese toque de nostalgia. Y la tarea, ya os adelanto, no es nada sencilla.

    En los últimos años, los ‘reboots’, ‘remakes’, ‘revivals’ y continuaciones han llenado las pantallas y los catálogos de diversas plataformas. Esto incluye principalmente nuevas versiones de grandes clásicos que marcaron a generaciones, como Madres forzosasEmbrujadas y Carmen Sandiego. En el terreno del terror también hemos visto intentonas de llevar adelante varios proyectos. Es el caso de Historias de la cripta, ‘remake’ de la mítica serie antológica que contaba con el sello de M. Night Shyamalan. A pesar de que tenía muy buena pinta, la producción tuvo que ser paralizada por problemas legales. Una que ha tenido mejor suerte es El club de medianoche, otro de los grandes títulos de los 90. Nickelodeon -productora de la original- estrenó esta miniserie en octubre de 2019 y, a pesar de que no cuenta con malas críticas, no ha tenido gran repercusión. Eso sí, ya ha sido renovada para una segunda temporada.

    Corren buenos tiempos para las versiones nostálgicas, pero no todas ellas consiguen dar con la clave del éxito. Quizás precisamente por eso, Pesadillas podría llegar en el momento justo y dar con la pócima perfecta para juntar nostalgia con terror real para adultos. La comparación más a mano es Black Mirror, la producción antológica de Netflix -previamente de Channel 4- que nos presenta situaciones extremas derivadas del mal uso de la tecnología. Sin embargo, no es ese tipo de historia -y mucho menos de producción- la que se me viene a la cabeza cuando imagino una nueva Pesadillas. Por supuesto, tampoco pienso en las dos películas de Sony Pictures -Pesadillas (2015) y Pesadillas 2: Noche de Halloween (2018) en las que convierten a R.L. Stine -el creador de la franquicia- en un hombre misterioso y lleno de secretos. Aunque la cinta incluye personajes tan míticos como Slappy, se aleja mucho de la esencia original y, en su lugar, se transforma en una aventura al más puro estilo de Jumanji.

    RTVE

    En lo que pienso es en La cabina, una historia sencilla, con poca información para el espectador y un final sobrecogedor. TVE estrenó en 1972 este mediometraje dirigido y escrito por Antonio Mercero, con la ayuda de José Luis GarciJosé Luis López Vázquez interpreta a un hombre que se mete en la nueva cabina de su barrio para probar ese nuevo invento. Cuando intenta salir, se da cuenta de que está atrapado y parece que los esfuerzos de los vecinos por sacarle no dan sus frutos. Así comienza su aventura kafkiana que le lleva hasta un almacén donde descansan otras cabinas fuera de servicio. Allí descubre que no es el único que se ha quedado atrapado dentro y que, irremediablemente, está condenado a suicidarse o morir de inanición.

    Al final, lo que hacía que las historias de Pesadillas fuesen tan terroríficas era que no tenían por qué tener un final feliz. Los protagonistas aceptaban su terrible destino y tú, solo y traumatizado en casa, terminabas cogiéndole miedo a las cámara de fotos porque pueden provocar el mal a todo aquel que retraten -como ocurre en ‘La sonrisa de la muerte’- o comenzabas a pensar si no serías tú también un perro al que habían convertido en niño, como el protagonista de ‘Una aventura espeluznante’. Es lo mismo que sucede con la obra de Mercero. El pobre desgraciado del protagonista no sabe lo que van a hacer con él y no tiene otra opción más que dejarse llevar por las decisiones de los demás.

    Otro de los elementos por los que Pesadillas daba tanto miedo era que se centraba en los elementos más cotidianos. De repente, un reloj de cuco, un maletín de mago o unas felices vacaciones en familia podían tener terribles consecuencias en tu entorno. Es otro de los puntos en común con La cabina. Aquí el gran enemigo del protagonista no es un vampiro o una criatura de otro planeta que quiere acabar con él, sino que su vida está amenazada por una simple puerta que no se abre. Y, claro está, por la indiferencia de toda persona con la que se encuentra en el camino.

    En definitiva, la clave de esta continuación de Pesadillas está en el terror más cotidiano, en esos giros finales que te dejan con desasosiego para el resto del día y en una producción humilde -y, a ser posible, noventera. No necesitamos un regreso por todo lo alto, con grandes efectos especiales ni historias complejas. De ser así, habríamos perdido la esencia de esa serie que nos aterrorizó durante años y que ha conseguido quedarse con nosotros para siempre. ¡Gracias, R.L. Stine!

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