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    El fotógrafo del pánico
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    David Filme
    David Filme

    16.216 usuarios 262 críticas Sigue sus publicaciones

    4,0
    Publicada el 3 de junio de 2022
    "El Fotógrafo Del Pánico" es un interesante y notable film británico, dirigido por Michael Powell, quien junto al productor y guionista húngaro-británico Emeric Pressburger formó una de las más renombradas duplas del cine europeo, "The Archers", que con 24 colaboraciones entregaron grandes películas, entre las que destacan los dramas "The Life And Death Of Colonel Blimp" (1943), "A Matter Of Life And Death" (1946), "Black Narcissus" (1947) y "The Red Shoes" (1948).
    Nos encontramos con un thriller psicológico que nos presenta a Mark Lewis, un introvertido y huraño fotógrafo que gusta de fotografíar a sus víctimas en el momento de asesinarlas, y que cuando se enamora de una de sus inquilinas, no puede escapar al conflicto emocional interno que supone la tentación de matar a la mujer que ama y reivindicarse. En una ocasión anterior, señalé que se considera a "Psicosis" (1960) de Alfred Hitchcock y este film como las piedras angulares del thriller moderno, en gran medida por el concepto similar que proponían, aunque con resultados dispares. Mientras Hitchocock se llenó de elogios y tuvo éxito comercial, Powell fue denostado y vapuleado por la crítica y el público, curiosamente, quedando atrás su reputación de director dramático con "The Archers". Con todo, el tiempo terminaría por reconocer el aporte de Powell no sólo al cine dramático, sino también, en este caso, al thriller con este sólido trabajo.

    Y es que es imposible no encontrar similitudes entre ambos trabajos: en ambos films, tenemos un asesino taciturno, tímido y hasta amanerado, en cierta forma, que además de ser voyerista, sacia su instinto criminal de las formas menos vistosas, es decir, no hay ninguna sospecha de que sea un asesino. Tanto Norman bates como Mark Lewis, son lo que son a partir de un trauma infantil que los convierten en un asesino frío y perturbador. Mark Lewis, el asesino, es producto de un trauma infantil que su padre nunca calculó. La manía del progenitor médico por estudiar y dejar registro del miedo en la gente se convertiría en un aliciente para que su hijo, ya adulto, guste de experimentar con el miedo y la muerte. Lewis encuentra satisfacción al explorar el miedo ajeno y esta premisa lo convierte en un ser horrorosamente calculador y sometido al estímulo. Pero el mayor mérito de Powell está en el hecho de recordarnos que como espectadores también no dejamos de ser voyeristas, presenciamos los asesinatos desde la misma perspectiva que Lewis y por ende también quedamos sometidos al horror o placer (realmente perturbador y enfermizo, en este último caso) al captar el miedo de la víctima. Y en ello, lo sexual emerge como una fuerza demasiado reprimida, con el mismo Lewis en cada uno de los encuentros con sus víctimas, primero con una prostituta, luego con una doble de actuación con la cual tenía una cita y finalmente, con Helen, la mujer que le ha cuestionado su carrera criminal y que genera un volcán de sensaciones y contradicciones en él. El final es una paradoja de la tensión sexual que nunca podrá consumarse (ni en los crímenes que Lewis comete y menos con Helen) en la que el victimario pasa a ser víctima de si mismo y del destino, siempre cruel e implacable.

    Ahora bien, toda esta intensidad dramática del asesino enfrentándose a su sentimiento por Helen como un monstruo ante un espejo, se da de una forma inteligentemente sugerente, descartando lo escabroso, lo morboso, lo desagradable. Para Powell, sugerir tiene mayor impacto que mostrar, incluso en los detalles más pequeños. Quizás por ello, Hitchcock, que tuvo el tino de mostrar cuando debía mostrar y sugerir cuando debía sugerir, tuvo mayor éxito. El público y su morbo, probablemente, le pasaron la cuenta a Powell. Con todo, en este film no puede más que reconocerse una crítica a la instrumentalización del ser humano, la cámara y el asesino fundidos como un solo ente asesino, en la forma de un punzón, acaso símbolo de la pérdida de humanización ante el dolor y el derecho a la vida de la víctima. El director despliega un espléndido sentido estético en la puesta en escena, ayudado por la fascinante cinematografía del checo Otto Heller, influenciado por Edward Hopper, experimentado con las tomas POV que nos ponen en el lugar de Mark Lewis, con un juego cromático fulgente que hace que el rojo (pasión y sangre) desborde la pantalla, aportando dramatismo a través de la oscuridad, las penumbras, los focos (epítome el cuarto oscuro de Mark Lewis), proyectando sensaciones turbias, manejando la iluminación de forma muy expresiva para objetivar y oscurecer a la vez, creando en la miscelánea de muchos momentos nivel de pesadilla, como esa toma en primer plano de un reflejo infernal deformado. La partitura musical fue escrita por Brian Easdale e interpretada por el virtuoso australiano Gordon Watson, amolda los momentos de intensidad sin ser intrusiva.

    Un elemento digno de destacar, es la secuencia en que Mark queda con una actriz, Vivian (Moira Shearer) para grabarla en un set de cine, enteramente una danza de movimientos de Mark alrededor de ella, jugando con sus ganas de gustar, moviendo la iluminación, midiendo el raccord, todo muy elegante, hasta que Mark la filma en primer plano sacando el cuchillo de la pata de su trípode, y oyéndose con ello un grito desesperado de miedo. La reveladora charla de Mark con el psicólogo Rosen (Martin Miller), donde Mark descubre que su patología podría haberse curado en pocas semanas, su expresión resulta desoladora. La sombra de esta cinta es alargada, ya que su influencia ha llegado a muchos y grandes directores como por ejemplo, Martin Scorsese, que durante mucho tiempo ha sido un admirador de las obras de Powell, ha declarado que esta película, junto con las "8½" (1963) de Federico Fellini, contiene todo lo que se puede decir sobre la dirección: Siempre he sentido que "Peeping Tom" (1960) y "8½" (1963), dicen todo lo que se puede decir sobre el cine, sobre el proceso de lidiar con el cine, la objetividad y subjetividad del mismo y la confusión entre los dos. "8½" captura el glamour y el disfrute de la realización de películas, mientras que "Peeping Tom" muestra la agresión de esto, como la cámara viola... Al estudiarlas puedes descubrir todo sobre las personas que hacen películas, o al menos las personas que se expresan a través de las películas.

    Las actuaciones son correctas, el austríaco Karlheinz Böhm como Mark Lewis, es el protagonista indiscutido de la cinta, con un personaje que recuerda a Norman Bates, pero que tiene al mismo tiempo un carácter independiente, está consciente de lo que hace y porque lo hace, y que tiene, a diferencia de otros asesinos del cine, un paradigma psicológico que lo lleva a pesar en la balanza si el presente y el futuro se pueden congeniar. Brenda Bruce encarna a Dora, asesinada en la escena de apertura del film, se basó en una prostituta de la vida real que era mecenas habitual de la librería Marks & Co. Mientras escribía el guión, Marks creía que las motivaciones detrás del asesinato de Lewis eran completamente sexuales, aunque afirmaría en retrospectiva que sentía que la compulsión psicológica del personaje era menos sexual de lo que era inconsciente. Antes de escribir el guión, Marks, un polímata, había trabajado como criptógrafo durante la Segunda Guerra Mundial. Pamela Green, entonces una conocida modelo de glamour en Londres, fue elegida para el papel de Milly, una de las víctimas de Lewis, que aparece desnuda en la pantalla en los momentos previos a su escena de asesinato. La aparición de Green marcó la primera escena en el cine británico en presentar desnudez frontal.

    En definitiva, interesante y notable film británico, una película que bien vale la pena rescatar del olvido, por su importancia en el desarrollo del thriller en los 60s, por su propuesta sugerente y por su forma de tratar al espectador como un mirón más. Un clásico reivindicado con el paso del tiempo y que tiene en el uso expresivo del color su mayor atractivo, un elemento marca de la casa de Powell, además de las más que ejemplares escenas de asesinato. Un thriller que basa su caudal de inquietud principalmente en el concepto y en la atmósfera. La idea de la morbosa unión entre imagen y muerte, además de las reflexiones meta cinematográficas sobre el voyeurismo y el miedo, nos perturba, pero al mismo tiempo nos atrae.

    FilmeClub605426824.wordpress.com
    cautivodelmal
    cautivodelmal

    2 usuarios 19 críticas Sigue sus publicaciones

    4,5
    Publicada el 2 de junio de 2021
    Puestos a imaginar, uno puede espiar por la cabina de proyección de cierto cine londinense donde se estrenaba, un día de abril de 1960, "El fotógrafo del pánico". Desde esta privilegiada posición, a modo de panóptico foucaultiano, descubrimos a lo largo del patio de butacas un bosque de cabezas, las miradas ocultas, caras vueltas a nuestro deseo de vislumbrar la expresión de esos rostros, mientras en la pantalla se desarrolla la primera de las escenas del film: el asesinato de una prostituta desde el punto de vista del criminal.

    Antes de que este momento climático se materialice en nuestra sala de cine, adivinamos un destello casi imperceptible en la parte baja de la esquina derecha de la gran pantalla. Lo percibimos también por que la larga cortina vertical, que había servido de gran telón, se ha movido sutilmente. El destello pertenece a la lente de una pequeña cámara cinematográfica portátil, tras la cual se encuentra un hombre de calvicie incipiente y bigotito en forma de sonrisa triste. Es Michael Powell, el director de la cinta que estamos proyectando.

    Ni más ni menos.

    Justo cuando intuimos, por los desasosegantes sonidos emitidos por los espectadores, y por las imágenes que percibimos en la gran pantalla, que el cruel asesinato se va a cometer ante nuestra deliciosa incapacidad como voyeures —un erotismo de muerte, en este caso, o la muerte como acto erótico—, justo en ese momento, justo entonces, sabemos sin ningún género de dudas que allí abajo, tras las oscuras bambalinas, Mr. Powell ha activado el motor de su cámara de cine y está rodando la expresión de terror dibujada en el rostro de sus espectadores: la verdadera película, el auténtico "El fotógrafo del pánico",

    El cine como esa muerte eterna, donde todo aquél que sale ahí, delante de una cámara, en una película, vivirá más allá de su muerte física.

    La vida (y su inevitable asesinato a manos del tiempo) como ese film del que somos protagonistas principales.

    El miedo, por tanto, a la vida.

    Un cuadro de deslumbrante estética pop, una paleta de energía cromática, que esconde, a poco que raspemos a lo largo de la superficie, un poso hediondo y sucio.

    Un palimpsesto donde intuimos los renglones torcidos de la empatía y lo deshumanizante.

    Una morbosa terapia psicológica para adentrarse en el amor mal comprendido en alas de la ciencia y en como éste, el amor, otro tipo de amor, puede sanarnos.

    En definitiva, "El fotógrafo del pánico": una obra maestra del suspense y el terror. ¿Puede haber algo más horrible?

    https://twitter.com/cautivodelmal
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