El universo cinematográfico que está construyendo DC necesitaba de una pieza que aligerase de algún modo ese tono denso y oscuro que estaban adquiriendo las películas de sus héroes, y qué mejor manera de hacerlo que adaptando una de las historias del Escuadrón Suicida, un grupo de villanos (o mejor dicho, anti-héroes) obligados por el gobierno de los Estados Unidos a trabajar en misiones secretas de peligrosidad extraordinaria.
A pesar de lo propicio de la propuesta, el resultado final ha sido un auténtico fracaso. Para comprender mejor los motivos de este fiasco, debemos conocer el contexto de pánico que ha rodeado en todo momento la producción de la película, y por tanto, la calamitosa sucesión de malas decisiones que han desembocado en lo malogrado de la misma. Gracias al reportaje publicado recientemente por The Hollywood Reporter, podemos dilucidar los motivos por los que Suicide Squad estaba prácticamente abocada al desastre, y no me queda más remedio que deducir que los verdaderos villanos de Suicide Squad no llegan a aparecer en pantalla, pero sí que dejan su hedionda huella en prácticamente todas sus escenas. Me refiero, claro está, a esos villanos que moran los despachos de DC Entertainment y de la Warner Bros; a los que se dedican a violar la cohesión, la coherencia y el tono en oscuras salas de montaje; a los mismos que dan más importancia a una inamovible fecha de estreno que al correcto desarrollo del guion; y a aquellos que deciden hacer varias versiones de una obra que acaba huérfana de autor, o peor aún, con superávit de ellos.
La versión final de la cinta, una amalgama de tonos que ni siquiera sabe lo que quiere ser, se puede dividir en tres actos fácilmente identificables: un primer acto repleto de escenas de presentación de personajes excesivamente largas y expositivas; un segundo acto, más acorde a la visión que tuviese el propio Ayer sobre su obra, que intenta ahondar de alguna manera en los personajes que conforman el grupo; y un tercer acto que desemboca en un nefasto clímax, reiterado hasta el infinito en el género y protagonizado por unos villanos huecos, triviales y estériles (Cara Delevigne deja mucho que desear interpretando a Enchanteresse, pero peor aún es lo de su “hermano”).
La película, divertida solo a ratos, no posee alma ni rumbo, y eso se palpa en el irregular e irrelevante desarrollo de la historia; en el desastroso montaje visual y su nada acertado acompañamiento musical; y hasta en la caracterización de algunos actores, como es el caso de Joel Kinnaman (Rick Flag), cuyo peinado varía entre rapado y largo de una escena a otra, debido a las regrabaciones anteriormente comentadas. También cabe destacar la cantidad de metraje inédito que ha quedado finalmente fuera del film, como ha demandado el actor Jared Leto tras comprobar las escasas apariciones que finalmente posee su personaje, una versión macarra y mafiosa del Joker que queda muy lejos de la anterior interpretación del personaje ofrecida por Heath Ledger en The Dark Knight (2008).
Se intuye, por otro lado, cierto esfuerzo poético por parte de algunos componentes de este Escuadrón Suicida, con el propio David Ayer a la cabeza intentando recrear sin éxito las aventuras de Snake Plissken en Escape from New York (1981), a la vez que realiza una revisión de su anterior película, Sabotage (2014); Margot Robbie (Harley Quinn) demostrando inútilmente que maneja facetas dramáticas y cómicas en un mismo personaje, a mi parecer, el más interesante y divertido de toda la película; Jai Courtney (Boomerang) dejando un muy agradecido toque de humor socarrón en cada una de sus apariciones, así como Jay Hernandez (Diablo) haciendo lo propio pero desde una vertiente mucho más dramática; y Will Smith (Deadshot) salvando, en cierto modo, el difuso arco evolutivo de todo el grupo. Poco más se puede arañar de una película dominada en todo momento por la cobardía de sus villanos, los que a la hora de la verdad, no se han atrevido a ser valientes.