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Hildegard es una niña alemana que procede de una familia noble. Cuando cumple ocho años sus parientes deciden enviarla a un monasterio benedictino. A partir de ese momento, Jutta será la encargada de hacerse cargo de ella e instruírla en medicina herbaria, lectura y caligrafía, artes en las que pronto destacará. Cuando Jutta muere, Hildegard se queda horrorizada con los signos de autoflagelación que hay en el cuerpo de su mentora y se fija como objetivo cambiar las reglas de la orden.
Cuando es escogida como abadesa del convento en el que creció, su sutileza, inteligencia y diplomacia son sus mejores aliadas para comenzar a efectuar cambios en el reglamento interno.
Desde niña, la religiosa ha tenido visiones místicas que han resultado ser revelaciones de Dios y, sin miedo al escepticismo o acusaciones de herejía propias de la época, decide contárselas a su superior en el monasterio. El Papa cree asu historia y permite que publique sus visiones por escrito. Con este hecho, la vida de Hildegard cambia, construye su propio convento y dota a la devoción cristiana de un nuevo enfoque humanista.
