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    Un lugar donde quedarse (This Must Be the Place)
    Críticas
    3,5
    Buena
    Un lugar donde quedarse (This Must Be the Place)

    "Travellings emodarks"

    por Paula Arantzazu Ruiz

    Del blanco al negro. De David Byrne a una suerte de remedo de Robert Smith. De Dublín a Nueva York. De los suburbios de clase alta al desierto del sur de Arizona. De un elemento al otro, balanceándose entre contrarios, circula la nueva y extravagante película del no menos extravagante Paolo Sorrentino, 'Un lugar para quedarse'. Rareza a ratos grotesca, a ratos maravillosa, el italiano lleva hasta los límites de la verosimilitud esta fábula sobre la soledad, la venganza o el perdón, que asimismo, es una inmensa carta de amor del cineasta al séptimo arte estadounidense contemporáneo. Entre muchas otras cosas.

    Junto a su inseparable director de fotografía, Luca Bigazzi, Sorrentino dibuja una película dividida en dos y a la vez desplegada en numerosos travellings, una película de la que podría decirse que está en busca de ese lugar donde quedarse al que alude el título. No es la primera vez que el italiano trabaja con personajes en movimiento ('Las consecuencias del amor' narra qué sucede cuando un tipo inmóvil decide romper su extraña estabilidad vital, mientras que 'Il Divo' es un trajín visual en torno al polémico político Giulio Andreotti), pero la singularidad de este film radica en la arriesgada conjunción de contrarios que sin duda hacen de Un lugar donde quedarse una película única. Se han enumerado unos cuantos en el arranque de la crítica, pero hay más: todo el filme se cimienta en la posibilidad de aunar opuestos. De ahí la rocambolesca historia de redención a la que se aboca el protagonista -un Sean Penn convertido en una nada disimulada caracterización del líder de The Cure, que cruza Estados Unidos para dar con un criminal nazi máxima obsesión de su recién deceso padre-, de esa necesidad de convocar en un mismo escenario los personajes y las historias más diferentes posibles. Y esperar que se den la mano.

    De alguna manera, es lo que trata de realizar Sorrentino: ceder su mirada y darle la mano a los mitos del cine americano, con el 'Paris, Texas' (1984), de Wim Wenders, y el corpus de los hermanos Joel y Ethan Coen en el punto de mira. No es casual, por tanto, la presencia de Harry Dean Staton y Frances McDormand en el equipo artístico, como tampoco ciertos motivos como el viaje, el horizonte y la frontera, los cruces de caminos y los encuentros inesperados y cruciales, motivos, en definitiva, de la road movie, género en el que el filme aspira a inscribirse. Y aunque sea difícil imaginarse a un gótico cincuentón como el nuevo cowboy por venir, Sorrentino acierta y nos demuestra, con ello, que el cine no es ni podrá llegar a ser un lugar fijo.

    A favor: El tándem Luca Bigazzi y Paolo Sorrentino, capaces de los más bellos movimientos de cámara del cine actual. La secuencia del concierto de Talking Heads tocando, por supuesto, "This Must Be The Place".

    En contra: El ritmo de la película es algo errático. Que detrás del proyecto se encuentre el entramado audiovisual de Berlusconi.

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