un espectáculo visual carente de fuerte narrativa.
desde el primer acorde, la banda sonora irrumpe con una energía que sacude la sala, estableciendo con precisión el terreno donde se moverá el espectador. es un arranque que no se limita a anunciar una historia, sino que impone un estado emocional concreto, casi como si la película decidiera tomar al público de la mano y sumergirlo, sin titubeos, en su universo. la introducción es un auténtico despliegue de luces, colores y ritmo, donde cada elemento visual se conjuga para potenciar el impacto de cada imagen, reafirmando que aquí todo —del vestuario al encuadre— responde a un cálculo meticuloso. es, sin exagerar, un inicio que eriza la piel.
la narrativa, desde estos compases iniciales, transmite con claridad y contundencia las emociones que serán la columna vertebral de la obra: ilusión, deseo, anhelo y también cierta melancolía que se filtra en momentos concretos. la elección musical, medida al milímetro, refuerza esta atmósfera con un magnetismo que atrapa de inmediato. para un espectador sensible, la combinación de imagen y sonido en los primeros minutos puede rozar la experiencia catártica.
en el apartado interpretativo, ellis rubin firma una actuación memorable. no es solo la destreza técnica de su trabajo, sino la capacidad de dotar de verdad a cada gesto, de insuflar humanidad en cada mirada. es uno de esos casos en los que el actor parece más un canal de emociones que un mero intérprete. hugh jackman, en cambio, irrumpe como fuerza de liderazgo absoluto; su presencia no solo sostiene la narrativa, sino que la impulsa, convirtiéndose en un eje dramático y carismático que sostiene la espectacularidad visual del film.
la dirección apuesta por un espectáculo visual que se sitúa en la frontera entre lo teatral y lo cinematográfico. la fotografía y el diseño de producción logran, a través de una coreografía precisa de luz y color, crear postales en movimiento que refuerzan la experiencia sensorial. hay momentos en los que la pantalla parece más un lienzo vivo que un simple registro fílmico, y ahí radica parte de su hechizo.
sin embargo, la película no esquiva dilemas morales que laten bajo su superficie. su relato de superación y de conquista de los propios sueños convive con una tensión ética que obliga al espectador a tomar posición: el delicado límite entre ofrecer oportunidades a quienes han sido marginados y explotar su diferencia como espectáculo. este matiz otorga densidad a la propuesta, aunque no siempre la obra profundiza lo suficiente para resolverlo.
la estructura, si bien arranca con un pulso arrollador y mantiene un dinamismo que rara vez decae, se resiente en su tramo final. el desenlace, apresurado y con un cambio de tono brusco, transmite una sensación de cierre demasiado cómodo, casi edulcorado, que contrasta con la fuerza y el atrevimiento de su comienzo. es un final que, más que culminar, parece suavizar la experiencia, y en ello reside uno de los escasos lastres de la película.
deslumbra como un fastuoso espectáculo audiovisual, donde la música, el color y la puesta en escena alcanzan cotas hipnóticas, pero su narrativa, tratada de forma superficial y dispersa, intenta abarcar más de lo que puede sostener; así, pese a su arrollador arranque y su innegable capacidad para emocionar, termina sin llegar a un verdadero punto de destino.
en definitiva, “el gran showman” se erige como una producción desbordante en lo visual y lo sonoro, una obra que apuesta por la emoción y el artificio con igual intensidad. su inicio deslumbra, su desarrollo sostiene la magia y su cierre, aunque menos inspirado, no logra empañar la grandeza de un espectáculo que, en su conjunto, deja huella. una pieza de cine que, con sus luces y sombras, demuestra que a veces el viaje es más inolvidable que el destino.