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    El perfecto anfitrión
    Críticas
    2,0
    Pasable
    El perfecto anfitrión

    Buenas maneras, malas artes

    por Manuel Yáñez

    No resulta difícil imaginar al director australiano Nick Tomnay como el alumno másaventajado de las clases de cine de la Universidad de South Wales (Sydney), capaz derecitar de memoria los diálogos del tío Charlie (Joseph Cotten) de 'La sombra de unaduda' (1943) y del Bruno Antony (Robert Walker) de 'Extraños en un tren' (1951), dos delos psicópatas más elegantes y sibilinos del imaginario de Alfred Hitchcock. Tampocoparece descabellado imaginarle fascinado con la ola de giros narrativos imposiblesque inundó el cine independiente norteamericano de los noventa: ¿alguien recuerdaaquel filme opresivo y verborreico llamado 'El factor sorpresa' (George Huang)? Porno hablar de tótems como 'Sospechosos habituales' (Brian Singer, 1995) o 'El sextosentido' (M. Night Shyamalan, 1999). Pues bien, el resultado (real) de esta hipótesis (imaginaria) lleva por título 'El perfecto anfitrión', una película que aspira a elevarse como una montaña rusa plagada de loops deslumbrantes, pero que termina frenada por unas cuantas sobredosis de ingenio narrativo y pirotecnia visual: el preció de confundir la magia con la prestidigitación.

    El perfecto anfitrión, un thriller con dentelladas de humor negro, arranca presentandoy luego subvirtiendo el viejo esquema del gato y el ratón. Como el Patrick Wilson de'Hard Candy' (David Slade, 2005), el joven y amenazador John (Clayne Crawford) semete en la madriguera del apocado Warwick (David Hyde Pierce), un "palacio" demodernidad chic coronado por un cuadro de Rothko. Allí se desata un juego de engañoscon muchas trifulcas y ningún misterio (resulta frustrante imaginar el partido que se lepodría haber sacado a los delirios de Warwick si no se hubiesen puesto en escena susalucinaciones). Aún así, no se le puede negar al filme algún que otro golpe certero, lode montar una conga al son de "Car Wash" tiene su punto; sin embargo, el previsibleconjunto brilla por su falta de sutilidad. De esta manera, el festival de vueltas de tuercatermina provocando una indiferencia de la que sólo se salva un excesivo y notableDavid Hyde Pierce, que juega a ser un Hanníbal Lecter plácidamente integrado en lasociedad, un Patrick Bateman flemático y amanerado: el rey de las buenas maneras y lasmalas artes.

    A favor: David Hyde Pierce, regalándonos al Mr. Hyde de su inmortal Dr. NilesCrane de Frasier.

    En contra: El efectismo de la puesta en escena.

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