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    Starbuck
    Críticas
    1,5
    Mala
    Starbuck

    Un tipo maravilloso

    por Carlos Losilla

    Se llama David, pero su sobrenombre es Starbuck. Es uno de esos muchos impresentables disfrazados de buena persona que pueblan el mundo, y que quizá en Canadá aún dispongan de un cierto crédito. Viste invariablemente chándal, luce barba de varios días y en su habitación cuelga un banderín del Barça, detalle bizarro que el director no duda en situar en primer plano nada más empezar la película. Quiere ser un inmaduro de comedia americana, sin oficio ni beneficio. O sí, mejor dicho: dona semen a cambio de unos cuantos dólares. Y lo ha hecho muchas veces, hasta el punto de que un día sus abundantes "hijos" empiezan a buscarlo. Pero lo dicho: quiere ser un inmaduro de comedia americana, sin ganas de cambiar de vida, apoltronado en su irresponsabilidad, sin rendir cuentas a nadie. Sin embargo, Starbuck es el protagonista de una película titulada 'Starbuck', y ahí empiezan los verdaderos problemas. Pues protagonista y película acaban confundiéndose. Si en la nueva comedia americana siempre hay una distancia mezclada con una cierta complicidad, siempre queda sembrada la duda, aquí no hay titubeo posible: Starbuck es 'Starbuck', y también la película es inmadura, irresponsable y quiere vivir del cuento, es decir, de la credulidad del espectador.

    Hay que ver cómo se las arregla Ken Scott para darnos constantemente gato por liebre. Nunca se crean a un director así. Nunca se crean a un director que, cuando no sabe solucionar una situación dramática, acude a una canción y a un montaje pretendidamente cómico y/o conmovedor para obligar a ver lo que no sabe dar a ver, que son dos cosas muy distintas. Nunca se crean a un director que empieza una película como una comedia pero le sabe a poco, porque no sabe a quién encomendarse para sostener un cierto ritmo, y luego se pasa al sentimentalismo con ínfulas humanistas (no sé por qué esta película me ha recordado tanto a Intocable) y va engordando progresivamente la bola de nieve para evitar que nos percatemos de que en su interior sólo hay un miserable balón, el mismo que utiliza Starbuck en sus partidos.

    No voy a ponerme estupendo y negar que la primera parte tiene su qué, por ejemplo ese plano fijo con el que se inicia la función y que muestra al tipo masturbándose, es decir, trabajando. Ni que los encuentros con algunos de los hijos a los que no conoce ostentan cierta gracia. Pero eso son gags aislados, chistes, chascarrillos. Eso no hace una película. Y mucho menos cuando eso mismo sirve como trampolín para que Starbuck se convierta en un tipo maravilloso, encantador, que ayuda a todo el mundo y consigue la felicidad ajena con tres o cuatro trucos más bien sobados, vistos y revistos. Y es que no hay sorpresa alguna en 'Starbuck', a no ser ese crescendo que nos lleva a una felicidad universal, a una oda a la paternidad y la familia, a un buen rollo que es uno de los cánceres del cine contemporáneo. Y las risas se acaban y llegan las lágrimas de cocodrilo. Porque Ken Scott es también Starbuck, que quiere hacer felices a todos sus hijos, nosotros, dándonos lo que queremos. Pero ¿realmente queremos eso? A mí, por lo menos, que me registren.

    A favor: algunos pocos gags, muy muy pocos.

    En contra: todos los Starbucks del mundo.

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