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    Argo
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Argo

    Una evasión puramente cinematográfica

    por Quim Casas

    Entre el thriller con aires setenteros -no por recreación formal sino por simple ubicación temporal-, el relato de salvamento en el último momento, la crónica política y un cierto tono de distensión cómica se desarrolla la tercera película como director de Ben Affleck, un actor que ha sabido distanciarse de su "imagen" como nueva estrella del star system hollywoodiense cuando ha pasado al otro lado del espejo, al otro lado de la cámara.

    Distinta a su díptico bostoniano, formado por 'Adiós, pequeña, adiós' y 'The Town. Ciudad de ladrones', 'Argo' es una película de mayor aparato -pero no utilizado de manera grandilocuente- que trufa una historia real acontecida durante la crisis de los rehenes de Irán a finales de 1979, durante la legislatura de Jimmy Carter, con elementos puramente de ficción cinematográfica.

    El resultado es muy estimable y confirma el estatus de Affleck como director y algo aún más importante: que aún posee el placer de narrar por narrar. "Argo" no discute los lugares comunes de este tipo de filmes de intriga y/o suspense –sobre todo en sus quince minutos finales, los de la evasión de los seis funcionarios de la embajada estadounidense en Teherán gracias a un ingenioso plan "cinematográfico" trazado por el agente de la CIA experto en rescates que encarna el propio Affleck– y se muestra abiertamente como una película popular en el sentido más digno del término.

    En el camino, durante los preparativos de ese rescate que utiliza el cine como coartada, lo que permite más de un guiño e incluso reflexiones metalingüísticas, Affleck expone sucintamente los hechos, no entra en demagogias baratas en cuanto a la participación estadounidense en conflictos externos pero si deja caer unas cuantas notas a pie de página sobre determinados comportamientos orquestados desde las entrañas de la Casa Blanca. El relato es puro, de una dinámica casi clásica y una orquestación complejamente funcional, y el cine está ahí de fondo para permitir más de una agradable fuga de distensión. Porque el plan ideado por el agente Tony Méndez consistía en llegar a Teherán, contactar con los seis funcionarios escondidos en casa del embajador canadiense en la ciudad y hacerlos pasar por miembros de un equipo cinematográfico que busca localizaciones para rodar una película de ciencia-ficción titulada 'Argo' en tierras iraníes. Cambiarles la identidad y convertirlos en lo que no eran para poder salir del país ahorrándole al gobierno norteamericano una crisis mayor. La aportación de los personajes que encarnan John Goodman y Alan Arkin resulta esencial para la propia historia y para el trasunto cómico que el filme necesita: Arkin es un productor capaz de convertir en realidad mediática el anuncio de una película que nunca existirá -la credibilidad era absolutamente necesaria para que el plan de Méndez llegará a buen término- y Goodman es John Chambers, el oscarizado maquillador de 'El planeta de los simios' (versión con Charlton Heston), figura capital en la resolución del plan.

    Todo aquello fue consideración una operación clasificada, después salió a la luz y la desclasificación ha permitido la existencia de una película como 'Argo', que, sin tener argonautas ni vellocinos de oro, si guarda alguna relación con la aventura mitológica de Jason, reconvertido aquí en un agente de la CIA totalmente convencido de hacer realidad una auténtica quimera.

    Lo mejor: su directa funcionalidad, el tempo preciso, la combinación genérica.

    Lo peor: alguna escena que no alcanza la tensión esperada, pero son pocas.

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