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    Tú y yo
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Tú y yo

    Número dos

    por Carlos Losilla

    En 1975, Jean-Luc Godard filmó 'Numéro Deux', una de sus mejores películas, una reflexión sobre la pareja y el sexo, el trabajo y el ocio, en las postrimerías de una década convulsa. Más o menos dos años antes, Bernardo Bertolucci había inaugurado la categoría del arte-y-ensayo-para-masas con 'Último tango en París' (1973), desvergonzada, desgarrada elegía por la muerte de la revolución, de mayo del 68 y del sexo libre. Bertolucci, en aquella época, se declaraba discípulo de Godard, a quien había rendido cumplido homenaje con 'Partner' (1971) y honraba/satirizaba en 'Último tango…' a través de la figura del cineasta engagé incorporado por Jean-Pierre Léaud. Muchos años más tarde, el italiano vuelve al “número dos” para dar cuenta de una de sus películas más ricas, oculta tras la humilde apariencia de un huis clos morboso, en apariencia inofensivo, que retrata a un adolescente encerrado en el sótano de su casa y a su medio hermana drogadicta, que aparece a media función para recodarle de dónde viene, quizá a dónde va. Dos personajes, dos escenarios (el interior y el exterior), algunos de ellos a su vez divididos en una dolorosa esquizofrenia: en un plano inolvidable, el chaval se ve reflejado en la ventana de un autobús mientras va en busca de somníferos para su hermana, a su vez doctora Jekyll y Mrs. Hyde de la heroína. Bertolucci sigue fiel a Godard y a su concepto del montaje binario, que en 'Tú y yo' se desparrama en múltiples desdoblamientos.

    Por supuesto, la película enlaza directamente con algunos de los últimos trabajos de su autor, entregado últimamente a una loa del encierro. 'Belleza robada' (1996) presentaba a un grupo de náufragos de la revolución en una casa de la Toscana, enfrentados al sida y a la decadencia. 'Asediada' (1998) hablaba del racismo a través de una muchacha negra que más bien parecía una heroína de Polanski. Y 'Soñadores' (2003), la más despreciada del grupo, en parte por una injusta comparación con 'Les Amants réguliers' de Philippe Garrel (2003), volvía a poner en escena el 68 a través de su ausencia, de unos jóvenes que permanecían en un piso de París, entregados al sexo y la droga, mientras afuera se sucedían las manifestaciones y los disturbios. 'Tú y yo' continúa con esta relación mundo privado-mundo público a partir de un atrevido tratamiento del fuera de campo: lo que los dos hermanos representan en su habitación es algo así como un reflejo deformado de un mundo en el que la tecnología ha sustituido al sexo. En realidad, el chaval quiere follar con su madre, como le dice explícitamente durante una cena, pero solo consigue (man)tenerla a distancia mediante un teléfono móvil. Y su hermana hubiera querido a su padre todo para ella, si no hubiera sido por la misma mujer, que lo ha apartado de su lado para que ella se entregue a la droga y permanece simbólicamente dormida ante un televisor. La madre, como en 'La luna' (1979), es el cordón umbilical que une el inconsciente con la autodestrucción.

    Bertolucci habla así de carencias, de naufragios sentimentales, en una época en la que todo eso parece reservado para los reality shows. Y lo hace desde una puesta en escena claustrofóbica, que se cierra sobre sí misma como los recorridos animales del armadillo que da vueltas en su jaula y las hormigas que solo quedan liberadas del terrario cuando se rompe. Los símbolos se suceden, y todo está a punto para el final con un baile, al son de David Bowie, que los dos hermanos ejecutan como si fuera un coito. Nunca una película de Bertolucci había sido tan comprensiva, tan generosa con sus protagonistas. Nunca había contemplado la juventud con tal conmoción sentimental. 'El último tango en París', así como sus predecesoras 'La estrategia de la araña' o 'El conformista', pueden ser mejores, más deslumbrantes, más analíticas. Pero 'Tú y yo' es más entregada a su tiempo, tan mísero que no merece tantos exabruptos.

    A favor: Los trazos laberínticos que establece con el resto de la filmografía de Bertolucci.

    En contra: El peligro de que, sin conocer a Bertolucci, el espectador se pierda algunas cosas.

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