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    Babycall
    Críticas
    2,0
    Pasable
    Babycall

    El <i>thriller</i> que vino del norte

    por Mario Santiago

    El (llamativo) estreno en España de una película como Babycall podría explicarse gracias a una favorable confluencia de factores. Por un lado, tenemos el interés que ha despertado en el panorama internacional el fenómeno del "noir escandinavo", un movimiento literario liderado por autores como Henning Mankell o Stieg Larsson que en su salto al cine ha encontrado en el thriller su envoltorio perfecto. En este sentido, cabe advertir que Babycall explota la vertiente más psicológica del género y la condimenta con unas pinceladas de terror: el que viven una mujer y su hijo en su paranoica huida de un padre agresor. Así, adentrándose en las pantanosas aguas de la violencia doméstica, la película transforma su escenario principal —un piso facilitado por los servicios sociales— en una suerte de habitación del pánico. Filmada con frialdad y elegancia por el noruego Pål Sletaune, la película aprovecha el mutismo de sus personajes para deleitarse en la observación del enrarecido espacio doméstico, así como en el lenguaje no verbal de sus protagonistas; una estrategia que remite al trabajo del sueco Tomas Alfredson, director de la muy celebrada Déjame entrar.

    Con estos ingredientes, esta coproducción entre Noruega, Alemania y Suecia hilvana una historia que esconde terrores psicológicos y secretos impenetrables. A medida que avanza la acción, el relato se va enturbiando e irrumpiendo progresivamente en las aguas del desequilibrio mental, un poco a la manera de Roman Polanski. Por desgracia, aquí es donde Sletaune demuestra sus mayores limitaciones, incapaz de sostener una narración que se sumerge en la distorsión perceptiva, en la confusión entre diferentes realidades (ese territorio que dominan cineastas como David Lynch o Brian De Palma). Al final, pese a su intrigante relectura de La ventana indiscreta, con un aparato para escuchar el llanto de un bebé sustituyendo a la cámara de fotos que sostenía James Stewart, Babycall no consigue hacer justicia a su prometedor y enigmático arranque.

    Por último, vale la pena poner el acento en el otro factor (quizás el más relevante) que permite entender el estreno de Babycall. Se trata de su protagonista, la actriz Noomi Rapace: para los no iniciados, la Lisbeth Salander de la versión fílmica (sueca) de la trilogía de Millenium. Babycall nos llega después del estreno de Sherlock Holmes: Juego de sombras y Prometheus —películas que han consagrado internacionalmente a la actriz sueca—, y nos presenta a Rapace en su rol habitual: el de reina de la congoja. Experta en dar vida a mujeres aguerridas, Rapace formula un nuevo manual de supervivencia al límite de la cordura: su gestualidad rígida, tensa, proclive al asombro y al espanto, la convierten en una creíble madre coraje. El problema radica, quizás, en el limitado abanico de registros que parece dominar la joven actriz, algo que hace de sus personajes figuras con más presencia que profundidad psicológica.

    A favor: El sugerente y misterioso arranque de la película.

    En contra: Su desmadrada resolución.

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