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    Tabú
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Tabú

    Hambre de ficciones

    por Covadonga G. Lahera

    Durante la primera parte de Tabú –tercer largometraje del portugués Miguel Gomes que como A cara que mereces, su ópera prima, posee la estructura de un díptico–, Pilar, la más cinéfila de las tres protagonistas, asiste a una proyección que queda fuera de campo. Contemplamos su respuesta emocional, cómo las lágrimas surcan su rostro mientras su amigo artista y compañero de butaca ha quedado sumido en un profundo sueño. Vinculamos la emoción de Pilar con las notas del tema Tú serás mi baby de Los Surfs, que volveremos a escuchar en el segundo tramo de Tabú. A Pilar también la vimos por primera vez en una sala de cine. Con esta sencilla puesta en escena, Gomes habla de la particularidad e individualidad de la experiencia cinematográfica, de cómo esta funciona de manera íntima, como una vivencia subjetiva difícilmente transferible, y de cómo es crucial en ella la aceptación por parte del espectador de una especie de "pacto consciente" con la película: si uno decide aceptar, a sabiendas, la mentira que le propone dicha ficción o no. Y lo que a uno le hace llorar a otro puede ocasionarle sopor, o viceversa. O como esos cuadros que el amigo pintor le regala entusiasta a Pilar, quien en realidad los detesta y los recibe solo por cortesía, o como el desencuentro entre ambos en el terreno afectivo. Además, Pilar adopta también la posición de espectadora en la enajenación que parece sufrir su anciana vecina Aurora y, con posterioridad, del relato que les contará Ventura a ella y a Santa, la mucama de Aurora, y que es simultáneamente un pedazo de memoria. Es este relato el que propicia el comienzo de la segunda parte del filme, que transcurre en una antigua colonia portuguesa en África, la historia de amor entre Ventura y Aurora, una pasión prohibida que coincide a su vez con uno de los más antiguos y universales argumentos.

    Gomes logra dotar al conjunto de un halo misterioso –contribuye a ello el magnífico y doble planteamiento técnico/estético del filme (blanco y negro, 35 mm y 16 mm, sonoro y mudo...)– y, simultáneamente, plasmar la extraña forma en cómo se construyen las emociones, las experiencias, los recuerdos, las recreaciones... No pierde de vista al propio cine, incorporando también una posible lectura personal y combinada de Amanecer y de Tabú –respectivamente, primer filme dirigido por el alemán F. W. Murnau en Estados Unidos y el último de su trayectoria, codirigido con Robert Flaherty. Tras las vueltas de tuerca que ya proponía en Aquel querido mes de agosto, Gomes vuelve a demostrar que es un singular constructor de entramados narrativos y un encantador avezado que convoca en su personal conjuro hechos y leyendas, documentos y sueños, memoria y cine.

    A favor: Su halo misterioso, entre mágico y onírico, su sentido del humor, el brillante cruce de materiales que realiza...

    En contra: No poder ver una copia en celuloide.

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