Chicas armadas y peligrosas parece, a simple vista, una comedia más del montón. Pero si uno la mira con un poco más de atención, se da cuenta de que es mucho más que eso: es una película inteligente, divertida y con una estructura clásica del cine de acción, pero completamente subvertida desde adentro. No intenta ser una sátira ni exagerar para llamar la atención. Simplemente toma un género lleno de fórmulas repetidas y lo renueva con dos protagonistas que rompen con todo lo esperado.
Sandra Bullock y Melissa McCarthy están en estado de gracia. Lo que hacen no es solo actuar bien: logran una dinámica tan natural que uno se olvida de que está viendo una dupla actoral. Parecen realmente dos personas que no se soportan pero se necesitan, y que poco a poco, entre peleas y tiroteos, aprenden a confiar. Hay una tensión constante entre sus formas de ver el mundo: Bullock es todo reglas, estructura y ansiedad por el control; McCarthy es puro instinto, caos y violencia justificada. Y lo notable es que ninguna de las dos es caricaturesca. Sus personajes están llenos de matices y humanidad.
Lo que sorprende es cómo el humor nunca interfiere con el desarrollo emocional. Las escenas cómicas no son solo para hacer reír, sino que funcionan para construir carácter, mostrar vínculos o, incluso, criticar sutilmente al sistema en el que se mueven. Hay momentos absurdos, sí, pero nunca innecesarios. Hasta los gags más ridículos tienen un trasfondo, algo que dice más sobre ellas de lo que parece.
La dirección de Paul Feig es precisa. No hay escenas de más ni tiempos muertos. Todo está al servicio del ritmo: cuando toca reír, se ríe fuerte; cuando toca acción, se siente real; y cuando hay que parar y mostrar algo más íntimo, también sabe hacerlo sin ponerse melodramático. Lo técnico no intenta brillar por sí solo, pero eso es justamente lo que la hace tan sólida. No hay exceso de edición, ni efectos vacíos. Todo está bien medido.
Otro punto clave es cómo la película trata el tema del género sin hacerlo explícito. No hay discursos, no hay escenas que paren la historia para señalar el machismo del entorno. Pero está ahí, presente en cómo las miran, en cómo tienen que demostrar más que sus colegas varones, en cómo el poder parece resistirse a que dos mujeres lo ocupen. Y sin embargo, lo ocupan. Con armas, con insultos, con errores y aciertos, lo ocupan.
Chicas armadas y peligrosas no es solo una gran comedia. Es una de esas películas que, disfrazadas de entretenimiento liviano, terminan dejando una huella. No se presenta como una revolución, pero lo es. Tal vez por eso pasó un poco desapercibida en su momento. Pero hoy, con todo lo que vino después, se siente como una obra adelantada. Y sobre todo, como una obra perfectamente construida.