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    La próxima vez apuntaré al corazón
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    La próxima vez apuntaré al corazón

    La Francia profunda

    por Carlos Losilla

    En una escena de esta película, el protagonista mira por la ventanilla de su coche mientras conduce lentamente por la ciudad. En el otro lado, las mujeres observadas se afanan en sus gestos cotidianos, vistos como una serie de movimientos a la vez banales y dotados de una fascinante sensualidad. Pues bien, yo diría que este juego de plano-contraplano resume a la perfección el tercer largometraje de Cédric Anger, el director de L’Avocat y le : Por un lado, está la frialdad de un cineasta que quiere contemplar sin demasiados adornos una historia real, la de un agente de policía que en sus ratos libres ejerce de psicópata sexual en una pequeña ciudad francesa; por otro, resulta evidente una inevitable tendencia a la retórica y al juego cinéfilo, como si ya no se pudiera contar un thriller de este tipo, por muy verista que sea, sin recurrir al pasado del género.

    En efecto, vemos a Frank Neuhart (Guillaume Canet, demasiado impávido para un papel como este) solo en casa, fustigándose para purgar sus presuntos pecados, escribiendo cartas en las que a la vez se confiesa y se muestra orgulloso de sus crímenes, y no podemos dejar de pensar en el Robert De Niro de Taxi Driver o, en general, en cierto cine americano de los 70 y 80, aquel en el que puritanismo y violencia iban de la mano como si tal cosa. Pero también es cierto que Anger quiere fabricar un producto menos estereotipado, y entonces recurre a una cierta tradición del polar francés, aquella que procede de la “provincia” y muestra casos de tipos alienados, obsesionados por el sexo opuesto pero a la vez atemorizados por lo que representa, en la gran tradición del mejor Claude Chabrol. En cualquier caso, La próxima vez apuntaré al corazón se resiente de ambas influencias: entre una y otra, nunca acaba de encontrar su tono, por mucho que se mantenga en un registro siempre correcto y elegante.

    En otra escena del film, Neuhart conduce ahora por una carretera rural, adentrándose en el bosque, a punto de asesinar a la muchacha que se sienta a su lado, a la que ha recogido como autoestopista. El clima invernal, nebuloso, y la coloración metálica del paisaje, configuran un ambiente a la vez inhóspito y alucinado, el escenario perfecto para esta historia de obsesión que se niega a juzgar a su infeliz protagonista. Pues bien, si Anger se hubiera limitado a seguir este sendero, a construir un pequeño relato a la medida del caso que ilustra, quizá su película hubiera sido más efectiva, más contundente. Al intentar abrirse a otros registros que no domina, paradójicamente, todo se hace más convencional, y lo que pudiera haber sido una humilde crónica negra se convierte torpemente en un circunspecto estudio sociopsicológico que nunca acaba de dar la talla.

    A favor: El clima gélido e invernal, los gestos cotidianos, el retrato de un mundo cerrado sobre sí mismo.

    En contra: La poca autenticidad de una historia real que nunca se hace creíble.

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