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    Mala sangre
    Críticas
    5,0
    Obra maestra
    Mala sangre

    Ir rápido y permanecer siempre

    por Quim Casas

    Si alguien albergaba alguna duda con Boy meets Girl (1984), el segundo largometraje de Leos Carax, Mala sangre (1986), demostró con contundencia que ahí estaba un autor de verdad, dotado de un universo personal nada frágil aunque aún quedaran cosas por pulir. Una película, sobre todo si es de un director debutante o casi novel, captura por lo que aporta de novedad (composición, gestualidad, temas, formas, rostros, sonidos), y más en el cine francés, vampirizado desde los primeros años sesenta por la Nouvelle Vague: todo cineasta galo con cierta personalidad vive bajo la omnipresencia de la nueva ola cinematográfica, todos son hijos de Godard, Truffaut, Rivette y cia. Después de la generación de Garrel y Doillon, y antes de la de Desplechin y Dumont, aparecía Carax con un fulgor indomable que tan siquiera los reveses comerciales y los largos periodos de inactividad han conseguido mitigar: ahí está Holy Motors, tantos años después pero tan cerca.

    Como Godard, Carax revienta los géneros. No los reformula o deconstruye; los dinamita, aunque suavemente. Mala sangre es melodrama, comedia, noir y fantástico, pero no parece nada de todo ello. Habla del amor sin amor, de los virus de entonces –y de ahora–, de la vida marginal, de la infancia y el anhelo de la existencia eterna, del arte pretérito que sigue vivo –guiños a Chaplin, a las heroínas del cine mudo estadounidense–, recreando un mundo futuro que no lo parece a través de miradas más que de situaciones, de contrastes más que enfrentamientos: cine moderno y cine clásico, chanson y David Bowie, amor y deseo, el rostro de Denis Lavant y el de Juliette Binoche –mejores que en la ditirámbica película posterior de Carax, Los amantes del Pont Neuf–, los de Mireille Perrier y Julie Delpy, los muy curtidos de Serge Reggiani (París, bajos fondos) y Hugo Pratt (el creador de Corto Maltés)…

    Los personajes de Mala sangre y de Boy meets Girl se preguntan lo mismo, la posibilidad de que el amor que va muy rápido pueda permanecer siempre. Carax cierra Mala sangre con la descomposición de un plano de Binoche corriendo frontalmente a la cámara. Todo va muy rápido, pero esas imágenes permanecen para siempre.

    A favor: casi todo: el tono, las interpretaciones, la iluminación, la fotografía…

    En contra: casi nada: que no se haya repuesto hasta ahora.

     

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