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    Redención (Los casos del Departamento Q)
    Críticas
    3,0
    Entretenida
    Redención (Los casos del Departamento Q)

    Caso a caso

    por Alberto Lechuga

    Si la primera entrega de la saga de Los casos del departamento Q terminaba con el detective Carl Morck observando a su compañero rezar tras haber salvado a la víctima, la secuela lo hacía con el protagonista resolviendo el caso pero asistiendo a la trágica inmolación de la víctima, una víctima que, a la postre, era también culpable. Se tratará ahora, y como indica el título en la versión española de la tercera parte, de encontrar la redención, en lo laboral («solo sigo vivo para salvar a gente como tú», confesaba en la segunda entrega) y en lo personal («no creo ni en Dios ni en nada»). El camino no será fácil: el Departamento Q es ahora un equipo amplio, la trama se alambica en diferentes tramas paralelas y el villano (el inquietante Pal Sverre Hagen, al que pudimos ver como protagonista de Kon-Tiki), el de mayor entidad de la saga, golpea directamente al núcleo de la crisis existencial del protagonista.

    La novela negra nórdica encuentra su principal atractivo en el fascinante contraste entre el éxito de las sociedades del bienestar donde transcurren (países como esta Dinamarca, con altísima calidad de vida y bajos índices de corrupción) y los terribles crímenes locales que acaban emergiendo de sus aseadas cloacas. Una tensión que la saga del Departamento Q consigue ejemplificar en la imagen de su propio protagonista, en la complexión robusta del detective Carl (Nikolaj Lie Kaas) y su incontrolable temblor de manos como somatización de sus demonios interiores. En Redención esta particularidad se extenderá además a sus escenarios, en el que la belleza de sus amplios campos amarillos de colzas (cuyas semillas son esenciales para el biodiesel) contrastarán con lo terrible que esconde el interior de las pequeñas casas y casetas que quiebran con quietud el paisaje. Con el relevo en el apartado técnico por parte del noruego Hans Petter Moland (autor del recomendable thriller Uno tras otro, prima lejana de los hermanos Coen), la saga adquiere un mayor empaque, que se ve también correspondido en la lucida fotografía de John Andreas Andersen (Headhunters). La ambición es clara, la saga de Los casos del departamento Q se enfrenta a su mayor caso y quiere lucir mejor que nunca.

    Sin embargo, la saga del Departamento Q nunca ha brillado por su originalidad. Misericordia partía del thriller post-Seven con un ojo puesto en el torture porn a lo Saw. Profanación encontraba acomodo en mimbres similares a la saga Millennium y esta Redención tiene muy claro su referente, True Detective, que sirve de base hasta para el diseño de su póster. Así, en las diversas conversaciones en coche entre Carl y su carismático compañero árabe, Assad (Fares Fares), Redención se abona a la dialéctica que McConaughey y Harrelson mantenían en el hit de la HBO. La dinámica es la misma, el detective nihilista que no encuentra asidero al que agarrarse más que en su trabajo y el agente pragmático que, a pesar de todo, sigue creyendo, incluso en su compañero. Es no obstante el alejarse de la excesiva grandiosidad de la que pecaba a veces el libreto de Nic Pizzolatto para acercarse a sus personajes a ras de suelo lo que le confiere a Redención una acertada cercanía que acaba haciendo del planteamiento algo satisfactorio, a pesar de no ser especialmente original. Del mismo modo, si cada temporada de True Detective cuenta con su set piece de impacto, la tercera entrega del Departamento Q se beneficia de dos trepidantes set pieces que si bien sacrifican veracidad argumental, suponen una acertada dosis de electricidad bien administrada. Una lectura que podemos hacer extensible a toda la saga ideada por el escritor Jussi Adler-Olsen: intrigas correctas, que se siguen con interés, con dos protagonistas razonablemente carismáticos y que suplen su falta de brillantez con la dignidad de ofrecer de manera honesta un producto de entretenimiento para amantes del género.

    A favor: sabe jugar bien sus cartas.

    En contra: podría aspirar a algo más.

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