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    La decisión del Rey
    Críticas
    2,0
    Pasable
    La decisión del Rey

    La decisión del Rey

    por Carlos Losilla

    En una escena de este quinto largometraje del noruego Erik Poppe, el rey Hakoon VII conversa con su hijo Olaf en la oscuridad de la noche, en una carretera solitaria, a la espera de los acontecimientos que pueden conducir al país a la guerra con los nazis. Hablan de cuando llegaron a Noruega para ocupar el trono, en 1905, y sobre todo de lo asustado que estaba Olaf, por entonces muy pequeño. Parece un momento de intimidad que podría compartir cualquier otra familia: la llegada a otro país, el miedo de los niños, pero también la ilusión por tomar parte en un nuevo proyecto, que ahora mismo, en el momento de la conversación, parece estar yéndose a pique. Es lo que, en estas ocasiones, los críticos acostumbramos a llamar “la humanización de los poderosos”, concepto que a veces nos sirve para salvar de la quema a cualquier envarada producción de corte histórico. Sin embargo, hay que preguntarse algo: ¿realmente se trata de una “humanización” o de convertir esa intimidad real en parte de la épica que la rodea, como si estuviéramos en las páginas de una revista del corazón? La decisión del rey se inclina claramente hacia la segunda opción: toda la película es una lenta preparación para el momento final en que el rey toma su decisión respecto a la invasión alemana, es decir, intenta mostrar “humanizados” a todos los personajes que participan en el proceso para finalmente canonizarlos como protagonistas de una gesta histórica.

    Poppe transita ese camino utilizando distintas estrategias. Primero, concibe la película como un gran relato coral, de vidas cruzadas, que incluye al rey y su hijo, su nuera y sus nietos, pero también al embajador alemán atrapado en ese embrollo e incluso a un jovencísimo soldado que está a punto de dar la vida por la patria, además de muchos otros secundarios. Segundo, acude a una estructura fragmentaria que se manifiesta tanto en la subdivisión del relato en múltiples y pequeñas escenas como en una puesta en escena basada en la cámara al hombro y un estilo que quiere acercarnos lo más posible a la acción, renunciando a cualquier tipo de encuadres “bonitos” o solemnes. Y tercero, mezcla con mucho cuidado todo tipo de registros, desde la cercanía intimista hasta la precisión en la descripción de los hechos políticos y militares, sin olvidar alguna que otra escena bélica. No obstante, de nuevo, lejos de otorgar proximidad y espontaneidad a las imágenes, todo esto crea un nuevo academicismo en el interior del cine histórico, una relación con el espectador que jamás renuncia a lo que es más importante para este tipo de películas: la puesta en escena del poder como relato opaco e intransitivo, concebido como un escaparate que el espectador puede ver pero no tocar.

    Pues se trata, finalmente, de eso y no de otra cosa. Lo importante es la “patria”, pero nunca vemos a los ciudadanos que la forman, de la misma manera que los nazis son apenas unos cuantos fantasmas que actúan en la lejanía. La democracia se concibe como una delegación de todo poder de decisión a los miembros de un gobierno elegido, que a partir de entonces tienen libertad absoluta para actuar según sus necesidades. Y, por si fuera poco, el centro ideológico de la película reside en la persona del rey, en principio una figura meramente representativa de la que al final se reivindica su papel activo como salvador de la patria en los momentos trascendentales… con una simple decisión con la que, eso sí, tanto él como su familia sufren mucho. Reivindicación de la monarquía como institución moderna, defensa de la guerra como mal menor ante las amenazas exteriores –nunca se alude al totalitarismo que significaba Alemania en aquel momento: ¿sobreentendido u olvido freudiano?--, exaltación de una cierta gestualidad elegante, de una cierta calma aristocrática, a la hora de enfrentarse a las cuestiones más graves, La decisión del rey es también una película cuya forma refleja a la perfección esta hipocresía: su aparente “modernidad”, tanto en los movimientos de cámara como en la estructura o el acercamiento a los personajes, es solo un intento desesperado porque el relato del poder del que hablábamos continúe adelante, sea como sea.

    A favor: la habilidad de Erik Poppe en la puesta en escena progresiva de una simple decisión.

    En contra: que revista de grandes declaraciones supuestamente democráticas toda esta escabechina de cualquier valor moral.

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