Un éxtasis divino y queer-pop
¿Qué pasa cuando Dios decide que su lenguaje universal es el pop de Whitney Houston? Pues que nos da una joya como La Llamada, una película que no solo te hace cantar, sino también replantearte toda tu existencia mientras sueltas una carcajada. Los Javis no crearon una película, crearon una misa millennial donde lo sagrado se encuentra con lo kitsch, y donde rezar es bailar bajo una bola de discoteca.
Macarena García y Anna Castillo son una dupla que rebosa química. Son el caos adolescente que todos llevamos dentro, pero con esa chispa de irreverencia que las hace irresistibles. Castillo, en particular, tiene la capacidad de hacerte reír con una mirada y llorar con una frase. Y luego está Belén Cuesta, la monja más fabulosa que ha pisado un campamento cristiano. Su hermana Milagros no es solo un personaje, es un icono queer: dudosa de la fe, amante del reguetón y con un crush velado que todos entendemos demasiado bien.
La banda sonora es otro nivel. No es solo música, es el corazón palpitante de la película. Leiva compone temas que se quedan contigo, pero son Whitney Houston y Presuntos Implicados quienes elevan todo a un plano celestial. Cada canción está colocada con una precisión quirúrgica para arrancarte una lágrima, una sonrisa o ambos al mismo tiempo.
¿Y qué decir del guion? Es una carta de amor a la juventud, a las dudas, a esa etapa en la que no sabes si quieres ser astronauta o cantante de trap. Pero también es una declaración de intenciones: que la fe, el amor y la identidad no tienen por qué encajar en moldes rígidos. Dios puede ser un hombre queer que canta I Will Always Love You, y los milagros pueden ocurrir en forma de una fiesta techno.
La Llamada no es solo cine, es un fenómeno cultural. Es ese abrazo cálido que necesitabas en un mal día, es la voz en tu cabeza que dice que está bien ser diferente, que está bien no saber qué carajo haces con tu vida. Es descarada, divertida y profundamente humana.
Esty Quesada es ese cometa raro que pasa por el cine una vez cada mil años, dejando a todos en shock y preguntándose cómo alguien que no es actriz puede robarse la película con tan poca vergüenza y tanto carisma. En La Llamada, su papel de amargada profesional es pura magia. Esty no actúa, existe. Su humor seco y sus comentarios llenos de cinismo no solo te hacen reír, te dejan pensando en lo patético y maravilloso que es todo en la vida. Es como si su personaje fuera un espejo negro del campamento cristiano, un recordatorio de que no todos vamos a encontrar a Dios, y está bien.
Lo que hace Esty brillar con luz propia es su habilidad para convertir el desencanto en arte. Su energía en pantalla es como un golpe en la cara, pero en el buen sentido: inesperado, necesario y, al final, gratificante. Nadie interpreta la amargura como ella, porque no la interpreta, la siente. Y eso se nota. Cada línea que suelta tiene ese toque suyo, esa mezcla de sarcasmo y vulnerabilidad que la hace única. En un mundo lleno de personajes buscando redención, el suyo no necesita ser salvado, porque ya se ha abrazado a su oscuridad con una ironía que ilumina.
Los Javis demostraron que el pop, el humor y la espiritualidad no solo pueden convivir, sino que juntos son una fuerza imparable. Si aún no la has visto, corre. Porque La Llamada no es una película que ves, es una experiencia que vives.
Amén.