Es frustrante ver cómo una franquicia con tanto potencial, con una mitología tan rica y un personaje tan carismático como Hellboy, acaba convertida en un batiburrillo sin alma. Esta versión de 2019 intenta ir por libre, desmarcarse de Del Toro y su estilo, pero en lugar de encontrar su propia voz, se pierde en un laberinto de sangre, ruido y decisiones mal tomadas.
Desde el principio da la sensación de que nadie sabe muy bien qué película está haciendo. El guion es un lío: aparecen personajes sin apenas presentación, las subtramas entran y salen sin peso, y lo peor es que todo avanza a trompicones, como si alguien hubiera mezclado varias ideas en la batidora y pulsado "turbo". Hay escenas que podrían tener fuerza, pero la falta de dirección clara y un montaje atropellado las deja en tierra de nadie.
David Harbour hace lo que puede, y en ocasiones logra transmitir algo de ese Hellboy cansado del mundo, pero atrapado en un guion que no le da respiro ni profundidad. La película cambia de tono constantemente: pasa del gore gratuito al chiste adolescente y luego al drama familiar sin que nada encaje de verdad. La sensación general es la de estar viendo un tráiler largo de algo que no termina de arrancar.
Visualmente no está mal del todo: hay criaturas interesantes, algún diseño destacable, y la película no escatima en efectos. Pero eso no basta si no sabes por qué están ahí, qué pintan en la historia o a dónde llevan. Todo resulta superficial, como si se hubieran centrado más en hacer que "pasen cosas" que en contar algo con sentido.
En definitiva, un intento fallido de reinicio que no entiende al personaje ni su mundo. No es que no funcione porque sea diferente, sino porque está mal pensada desde la base. Y lo más triste es que, incluso siendo un desastre, por el simple hecho de ser Hellboy, uno intenta buscarle algo rescatable… aunque cueste mucho encontrarlo.