Jojo Rabbit es una película rara. A veces entra como una comedia ligera y tierna, otras parece lanzarse hacia lo absurdo, y en ciertos momentos se asoma a algo más oscuro y emocional. Esa mezcla es, al mismo tiempo, su mayor virtud y su mayor problema. Tiene un algo que atrapa, que la hace especial, pero también deja sensaciones encontradas.
La propuesta es valiente: mostrar el nazismo desde la mirada ingenua y distorsionada de un niño, con un Hitler imaginario como amigo invisible. Y aunque la premisa suena a disparate, el tono general consigue no derrumbarse gracias a su equilibrio entre lo ridículo y lo sensible. El humor funciona muchas veces, sobre todo al principio, pero también se vuelve repetitivo cuando intenta estirarse demasiado con el mismo tipo de broma.
Hay una evolución clara en la historia, y es justo decir que el personaje principal está muy bien trabajado. El crecimiento emocional del niño está lleno de matices, y eso ayuda a que el espectador no desconecte del todo incluso cuando la película se vuelve un poco dispersa. El reparto también aporta mucho: hay interpretaciones muy humanas que sostienen incluso las escenas más exageradas.
Sin embargo, hay algo en el ritmo que no termina de cuajar. Algunas transiciones de tono resultan un poco forzadas, y el giro hacia lo dramático no siempre está del todo bien manejado. Se nota que la película quiere decir cosas importantes, y a veces lo consigue, pero otras se queda a medio camino entre lo infantil y lo trágico, sin terminar de decidirse por ninguno de los dos registros.
Aun así, no se le puede negar personalidad. Jojo Rabbit no se parece a casi nada, y aunque en su intento de ser original a veces tropiece, hay momentos que emocionan de verdad. Su mensaje, aunque a ratos algo simplificado, llega con claridad. Y el envoltorio —con su colorido, su música y su puesta en escena cuidada— ayuda mucho a que el conjunto funcione más de lo que podría parecer.
Es una película que se disfruta, que arranca sonrisas y, en algunos tramos, consigue tocar algo más profundo. Puede no ser redonda, pero tiene alma, y eso siempre se agradece.