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    Las vacaciones del señor Hulot
    Críticas
    4,5
    Imprescindible
    Las vacaciones del señor Hulot

    Poesía y comedia

    por Carlos Losilla

    Siempre hay que volver al cine de Jacques Tati para entender de qué modo la comedia terminó convirtiéndose en un género moderno. Y no solo se trata de regresar a la filmografía del cineasta francés, claro está, sino también a la de Jerry Lewis, por ejemplo, cuya poética es muy parecida: dejar a la vista los mecanismos del gag, poner en evidencia al personaje desarraigado cuyas relaciones con el mundo se reducen a una gran tensión, a un encontronazo, a un choque cósmico que lo convierten en un freak. Eso ya sucedía, me dirán ustedes, con los cómicos del cine mudo, con Chaplin, con Keaton, incluso con Harold Lloyd. Sin embargo, también es cierto que el advenimiento del cine sonoro convirtió la comedia en otra cosa, en un comentario social, en un retablo de costumbres, cuyos personajes estaban allí para aprender algunas cosas del mundo y del amor y, de paso, convertir la civilización contemporánea en objeto de mofa y befa. La llegada de Lewis o Tati, pues, debería reconocerse como el precedente de lo que después será un estilo vagamente posmoderno.

    Por decirlo de otro modo, las películas de Wes Anderson o las de Bill Murray, que a veces son una sola cosa, enlazan con Las vacaciones del señor Hulot en su manera de ofrecer pequeñas e impasibles viñetas que se basan en la perplejidad de un rostro o un cuerpo frente a un universo implacable, que se niega a incluirlos en sus esquemas. En este sentido, Las vacaciones del señor Hulot resulta idónea para explicar esa manera en que el género de la comedia empezó a cambiar de rumbo a través de una sofisticada mezcla de distancia y melancolía.

    En efecto, este segundo largometraje de Tati, después de Día de fiesta, empieza como la crónica de unas jornadas de ocio, continúa como una sátira de las nuevas costumbres burguesas y finaliza como una elegía agridulce sobre el paso del tiempo. De hecho, se podría decir que la mirada de Tati, a través de ese Mr. Hulot que continuaría viendo el mundo con la misma acidez desencantada en sus siguientes películas, es una especie de versión cómica del estilo de Marcel Proust, de esa retórica que a la vez retrata un determinado mundo con calidez esmerilada y deja despiadadamente al desnudo sus mecanismos sociales. No voy a entrar en la descripción de los gags, del modo en que Tati utiliza el espacio para desplegar un lenguaje del cuerpo muy codificado y rígido, pero también violentamente enfrentado al entorno, que es siempre un torbellino de acciones mecánicas, absurdas en las leyes que las rigen. Me interesa más ver de qué modo la película utiliza una cierta poesía visual (el blanco y negro, el paisaje, ese universo reducido que es a la vez objeto de nostalgia e irrisión) para dejar en evidencia que la comedia también es un estado mental en el que la risa oculta su reverso, la reflexión desencantada.

    En el fondo, digamos que el cómico también querría formar parte de ese mundo. Y eso ya no está en las siguientes películas de Tati, ni en Mi tío, ni en Playtime, ni en Traffic, ni mucho menos en Zafarrancho en el circo, donde el clown está ya solo consigo mismo y con la mirada del espectador, víctima de su propia misantropía. Por eso Las vacaciones del señor Hulot es igualmente muy viscontiana, reflejo de la decadencia de una clase social de la que, quiera o no quiera, también forma parte el bufón que nos hace reír. Se trata del punto justo, la perfección absoluta de la poética de Tati, allí donde su cine encabalga con la modernidad entonces naciente y la convierte en comedia, allí donde Hulot no es solo un humano caminando entre robots, sino el representante de una vieja estirpe que se despide de su mundo mientras las olas golpean suavemente contra la orilla. Al final, en Playtime y Traffic, la puesta en escena de Tati será únicamente el registro de una civilización perdida, sustituida por líneas, masas y volúmenes, y el gag no es solo una m ante de una vieja estirpe que se despide de su mundo mientras las olas golpean suavmentúmenes. En Las vacaciones del señor Hulot todavía hay cuerpos, y el gag no es solo una máquina sarcástica para dejar al descubierto los vicios de un progreso absurdo, sino también una manera amable y gentil de decirse adiós a uno mismo para dar paso a un futuro que no se revelará precisamente acogedor.

    A favor: que se trata de una encrucijada en la propia obra de Tati y en la historia de la comedia, una película impura y bastarda que aún bebe de muchas fuentes.

    En contra: la (injusta) comparación con las películas subsiguientes de Tati, más apabullantes pero quizá menos emocionantes.

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