James McAvoy se adueña de la pantalla en este perturbador remake del thriller danés, encarnando a un hombre tan magnético como inquietante. Su actuación recuerda a su papel en Múltiple, alejándose todavía más de su etapa como mutante en X-Men, y demuestra que en el terreno del suspense psicológico es donde más brilla. Desde el primer acto, la película consigue crear una tensión espesa que no te suelta, gracias también a una dirección que sabe dosificar bien la amenaza.
El ritmo se mantiene alto y el guion apuesta por una narrativa menos nihilista que la original, pero más accesible para un público amplio. Aun así, no escapa a ciertos tics del cine de Blumhouse: una violencia controlada, una estética pulida y algunos giros que buscan más la sorpresa que la coherencia. En todo caso, la sensación de incomodidad está bien conseguida, y eso es clave para este tipo de historia.
Donde más falla es en su tercer acto. El clímax, que debería haber sido un estallido catártico, se queda a medio gas, envuelto en una lógica más de "thriller de acción" que de verdadero terror existencial. También se nota un miedo a incomodar demasiado, como si el guion hubiera sido suavizado para gustar más allá del circuito festivalero. Eso le quita fuerza, aunque no anule su efectividad.
Aun así, No hables con extraños logra lo que muchas no consiguen: mantenerte enganchado hasta el final, haciéndote sentir el miedo en la piel más que en los sobresaltos. No es mejor que la original, pero sí distinta, con más músculo visual y un ritmo narrativo más hollywoodiense que europeo. Se agradece su ambición, aunque su discurso social no llegue a calar del todo.
En definitiva, es una película entretenida, incómoda en el buen sentido y con uno de los papeles más impactantes del año. McAvoy convierte cada escena en un pequeño campo de minas, y eso ya es razón suficiente para no apartar la mirada… aunque quizá prefieras taparte los oídos.