Volver a sentir el cine como lo fue en una edad pueril es preponderantemente lo más fabuloso que hay como cinéfilo.
Si el estudiar y perfeccionar la técnica y el fondo de una historia es la cumbre de las obras maestras, ésta (Red) pequeña-gran-obra está rebosando de sutilezas de unos primeros años veinte en el cine, donde la sensualidad y lo pueril estaban relegados a una esquina de “No”, pero que aquí, donde el Rojo, más que sugestivo, nos lleva a replantear de forma “school” todo lo que una vez nos enseñó cómo es nuestro cuerpo y las razones por las que debemos, pese a la represión, buscar nuestra forma en un mundo que va desestabilizando todo lo que creíamos correcto.
Si antes de llegar a tocar la sensualidad en la animación veíamos críticas y pequeñas partes del cuerpo, el onanismo o hasta una relación en estado completo, aquí, donde lo sugestivo puede más que lo explícito, vemos el derrumbe de otras obras maestras (“La Familia Mitchell vs. Las Máquina” y “Anomalisa”) en donde se toca indirectamente el conocimiento del yo, o de la desilusión después de entrar en contacto físico, pero que pese a todo y sus temáticas, aquí está la animación, A-N-I-M-A-C-I-Ó-N.
La obra de la ganadora del Óscar se posiciona en la estigmatización, en que su siguiente proyecto tenga que ser “another “Red””. Y esto, ocasionando a corto plazo (antes del suceso) toda y cuánta ilusión y desilusión, dejará a los espectadores con la decisión en manos, es onanismo, homo, sexualidad, o el correr de una gran carga entre las piernas: allá abajo: lo que significa ser mujer.