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    Pearl Harbor
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    Mala
    Pearl Harbor

    Catástrofes del cine bélico y el romance en almíbar

    por Diana Albizu

    La producción más cara de Hollywood hasta aquella fecha (140 millones de dólares) tenía como claro objetivo repetir la jugada perfecta de James Cameron con 'Titanic' (1997) y, con suerte, conjugar un doble éxito económico y crítico con su propia recreación de un hecho histórico como gran marco para una historia de amor de tradición melodramática. El plan sólo salió bien a medias (es decir, en la parte económica) y Michael Bay demostró que lo peor que le podía pasar a su excesiva concepción del cine espectáculo era la inyección de trascendencia edulcorada con altas dosis de seriedad precocinada.

    Seguir el patrón de 'Titanic' para lograr un gran blockbuster de época implicaba usar el (trágico) acontecimiento histórico del título como trasfondo para una historia de amor hiperbólica y más grande que la vida. Concretarlo en un triángulo amoroso con anatomías marmóreas de moda (Ben Affleck, Josh Hartnett, Kate Beckinsale) pero química de pedregal no fue una decisión muy acertada; en cualquier caso, el grado de almíbar del guión de Randall Wallace ya lo hacía prácticamente intratable. Lo que queda es observar los fuegos artificiales de Bay a la hora del bombardeo japonés de Pearl Harbor y levantar irónicamente la ceja ante la decisión de terminar la película con la subsiguiente incursión de Doolittle sobre Tokio.

    A favor: La desmesura fardona de Bay aplicada a planos como el seguimiento subjetivo de una bomba en caída.

    En contra: El almíbar romántico, el postalismo paisajístico y, ante todo, la canción de Faith Hill.

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