Película usa del 2022, de una duración de 136 minutos, con una valoración de 3/10, bajo dirección de Robert Eggers y guión de Son Sigurdsson, con un presupuesto de 70 millones.
Ubicada en los pueblos escandinavos Rus 895 a.c.. Veregos de origen germanico que se extendieron a Islandia al norte, y al sur a Ucrania.
Una película que puede llevarnos hacernos otra idea, de lo que después encontramos, pero que un claro exponente del tipo de cine de su director, ante una base shakespeariana de venganza con una trama simplista.
Es un trabajo estéticamente mayúsculo que proporciona una experiencia lisérgica y litúrgica cargadas de simbolismo onirico ante un espectador cada vez menos acostumbrado a toparse con raras avis que le saquen de su zona de confort. No es una película fácil ni acomodada, arrítmica con parones, y aceleraciones; anticlimatica en lo que más probable es que acabes con sensaciones extrañas, a no ser que seas fans de la narrativa de Roberto Eggers.
Eggers se enfrenta a un reto, el conseguir la permanencia de su estilo controlador en un contexto, el del cine comercial, que implica la convivencia de muchas otras voces junto a la suya. Ante esta presión, Eggers ha salido a matar. La matemática con la que busca, en esta historia vikinga fantasiosa, obtener su habitual naturalismo, es casi violenta, aun sabiendo que solo es para muy cafeteros.
El argumento puede parecer sencillo, confunso discerniendo entre el bueno y el malo, pero hay diversos puntos de giro sorprendentes de gran impacto en el espectador, que es probable que no vea venir y que le lleve a aplaudir la calidad del reparto que se ha congregado alrededor de las estrellas principales. Y aunque se escora a lo ridículo en ciertas escenas de raíces folklóricas con cantos, danzas y rituales ante la majestuosidad y epica vikinga que estamos aconstumbrados.
La cinta deja un regusto a constante lucha entre la inmersión y el artificio. En ocasiones es descarnada y emotiva, gracias a la atmósfera que es capaz de componer, a las interpretaciones, a los detalles, y sin necesidad de pick ups (diversas tomas y perspectivas). En otras, esos mismos atributos juegan en su contra.
Los actores conocidos ayudan en taquilla pero sus rostros impiden la inmersión total, los planos secuencia son hipnóticos pero se intuyen las marcas en el suelo.
Uno siente estar metido en una atracción de un parque temático, en la que va recibiendo órdenes “mira a la derecha, un saqueo”, “ahora al izquierda, un asesinato”, subido a una barcaza que navega por un río falso, fingiendo que la mueven remos, siendo capaz de ver los raíles.
Sus más de dos horas de metraje se resienten por momentos del difícil equilibrio entre ritmo, espectacularidad y pasajes contemplativos –se intuye aquí el pulso entre estudio y autor–, y a pesar de la presencia magnética de Anya Taylor-Joy y de una soberbia Nicole Kidman, se echa de menos un mayor protagonismo de secundarios de lujo como Ethan Hawke o, en especial, Björk y Willem Dafoe.
Con una fotografía islandesa aceptable aunque oscura, una puesta de escena espartana que nos lleva a lo lúgubre, y un pésimo montaje.