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    Descansa en paz, Dick Johnson
    Críticas
    4,0
    Muy buena
    Descansa en paz, Dick Johnson

    Entrenando la muerte

    por Alejandro G.Calvo

    Me enfrento a Descansa en paz, Dick Johnson sin haber visto nada de lo anterior realizado por Kirsten Johnson: Deadline (2004) y Cameraperson (2016) -mejor película de 2016 para la prestigiosa revista crítica Film Comment-, principalmente. Así que de entrada, este ejercicio fílmico de no-ficción -la de vueltas que le hemos dado los críticas al término “documental”, mamma mia-, donde la realizadora norteamericana decide poner en escena distintas muertes para su padre, cada vez más castigado por el alzheimer, en principio me llevó a las grandes obras-testimonio de cineastas que decidieron crear un diario de sus últimos días vivos. Así funciona mi cabeza: siempre trenzando películas entre sí, uniéndolas con hilos de distinta elasticidad y resistencia, para poder dar algo de orden a la dañada base de datos que habita en mi huella de carbono existencial. Pienso entonces en Johan van der Keuken y su The Long Holiday (2000), donde el cineasta enfermo de cáncer emprendía un último viaje con su cámara para capturar aquello que se le escapa, la propia vida. También en Joâo César Monteiro, maestro portugués, quien en Vai-e-vem (2003), giraba el objetivo hacia sí mismo, haciendo gala de su implacable talento para la creación del relato fílmico (sin que faltara su siempre afilado sentido del humor y del absurdo), aún enfrentándose a la muerte, de nuevo, por cáncer. 

    Pero queda claro ya desde su mismo arranque que la propuesta de Johnson va por otros cauces: la consecutiva puesta en escena, en clave de ficción, de las muertes de su padre es más una suerte de exorcismo romántico de la tristeza que un retrato en sí de la fatalidad de la existencia humana cuando la irreversibilidad vital toma el control. Y es que pese a lo amargo del asunto, Descansa en paz, Dick Johnson, es en realidad una celebración de la vida, del amor paterno-filial, una forma de dejar huella indeleble de la existencia humana por la vía del vampirismo (cariñoso) cinematográfico. La ternura infinita que destila la cinta, tanto a través de las divertidas 'fake deaths' como de las imágenes 'camp' que buscan recrear momentos pasados (la boda de los padres) y futuros (el funeral del todavía no difunto), conjuga tanta película, de ficción o no, donde el enfrentarse al abismo de la existencia humana no es más que un cúmulo de padecimiento tras otro. Nadie dice que el relato definitivo del ser humano deba ser expuesto con amor y dulzura, por supuesto, pero frente a lo triste y patético del fin de la existencia, bien vale una película como esta: que apuesta por saber disfrutar de aquello que, precisamente y por estar enredado en otras cosas, se nos escapa de las manos un día tras otro. 

    Los que vemos muchas películas tendemos a vivir la vida de otros. Es una fuga, me lo repite mucho mi psicóloga. Huir de la vida para encontrar una forma de vivirla sin que la ansiedad y el miedo te consuma. No es mala cosa. Hay quien prefiere el fútbol o la política. Pero uno jamás podrá entender ni la película más sencilla si pierde el control de la realidad. Para ello hay que ser valiente y enfrentarse a la vida, por más que ésta te sacuda puñetazos a lo Muhammad Ali. Orson Welles lo entendió a la perfección. También Hemingway, Céline, Herzog. Y si me apuras, hasta John Belushi. Kirsten Johnson lo tiene aún más claro: como no quiere despedirse de su padre ha hecho una película en la que no para de decirle adiós. Es tal el valor y la inteligencia del gesto, que uno no puede más que rendirse ante sus imágenes. Porque la vida se acaba, eso no hay Dios que lo arregle, pero el cine, pese a los agoreros y falsos profetas, sigue vivo. Y seguirá muchos años después de que de nosotros no quede ya el más mínimo recuerdo. Sic transit.

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