X es justo lo que uno espera de un slasher bien hecho… y últimamente eso ya es mucho decir. Ti West recupera la esencia setentera del género, con su grano sucio, su ritmo pausado y esa mezcla de sexo, violencia y tensión que tantos intentos recientes han olvidado. Aquí no hay miedo a manchar la pantalla de sangre, pero tampoco a darle un toque de humor negro y a construir personajes que, aunque partan de arquetipos, resultan más interesantes de lo habitual.
La ambientación es impecable: música de época, estética grindhouse y una atmósfera que va in crescendo hasta volverse incómoda. West sabe jugar con la tensión, alternando momentos de calma casi engañosa con estallidos de violencia gráfica que sacuden al espectador. El gore está bien medido, lo suficiente para impactar sin caer en lo gratuito, y el uso de la cámara transmite tanto la sensualidad como el peligro que envuelven la historia.
El reparto brilla, con una Mia Goth magnética que se adueña de la película y un grupo coral que entiende perfectamente el tono del proyecto. Cada uno aporta algo al juego de seducción y muerte que plantea el guion. Y aunque no reinventa el género, X sí recuerda por qué el slasher se convirtió en un clásico: porque cuando está bien hecho, entretiene, asusta y deja un poso de mal rollo que dura más allá de los créditos.
En definitiva, es un festín sangriento y estilizado, un homenaje que no se limita a copiar sino que revive la energía de una época y la pone al servicio de un terror que se siente vivo. Un regalo para quienes pensaban que el slasher ya no tenía nada nuevo que ofrecer.