El director californiano Todd Field no es que sea un director muy prolífico. A los 58 años, ha estrenado apenas tres largometrajes: En el dormitorio / In the Bedroom (2001), Secretos íntimos / Little Children (2006), y ahora, luego de 16 años de ausencia, Tár.
El título hace referencia a Lydia Tár (Cate Blanchett), discípula de Leonard Bernstein, una de las mejores directoras de orquesta en un universo claramente machista. A fuerza de talento, convicción y perseverancia y no sin antes sortear gran cantidad de prejuicios y techos de cristal, la protagonista parece tenerlo todo, empezando por el prestigio y una admiración masiva, y un tren de vida de grandes lujos y privilegios. En pareja con Sharon, que además es primera violinista de la Filarmónica de Berlín, ambas crian a una pequeña hija y se preparan para un importante desafío artístico como interpretar y grabar en vivo la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler. Las primeras secuencias son larguísimas (la película en general dura más de dos horas y media) pero notables porque los diálogos, pero también cada uno de los gestos, nos permiten apreciar el grado casi insoportable de exigencia, tensión y perfeccionismo al que es sometida. En medio de ese universo de sofisticación y brillantez artística, empiezan a aparecer desplantes, excesos, maltratos. Y con ellos entenderemos que Lydia no es la conductora de orquesta perfecta, sino una mujer con unos cuantos secretos habituada a la manipulación y el abuso de poder con elementos que coquetean con la humillación y más puro sadismo. Es aquí cuando la película empieza a sumar capas, a mutar, a cambiar de tono, de espíritu, de esencia y hasta de tempo narrativo (a esas extensas, minuciosas y fascinantes escenas inicales les siguen otras donde abundan los golpes de efecto).
El resultado es un film tan incómodo como desconcertante, que se disfruta más cuando se libera y se vuelve más “grasa”. Es interesante cómo Field construye un universo con Lydia siempre como centro magnético alrededor del cual orbitan desde su pareja Sharon, su asistenta Francesca, colegas que la envidian como Elliot Kaplan (Mark Strong) u objetos del deseo como una nueva violenchelista rusa llamada Olga. De una película intimista y de cámara a otra con elementos propios del thriller (en su descenso a los infiernos, en el desmoronamiento de su imperio, ella empieza a sentir todo tipo de conspiraciones), de la austeridad inicial a las explosiones de las escenas finales, Tár genera reacciones muy disímiles, contradictorias, por momentos encontradas. Está lejos de ser el film perfecto, pero en tiempos de proyectos “de concepto”, no solo de atención, es muy digna también de unos cuantos elogios.