Hablar sobre Tár es complicado. Para empezar, tan solo determinar su género podría suponer entrar en un jardín del que es difícil salir. Y es que al igual que todos los aspectos de la película, y desde mi punto de vista, su mayor virtud, una hazaña que pocos directores logran, Tár será percibida por los espectadores de una manera profundamente subjetiva e individual. No creo que vaya a haber dos visiones, ni dos opiniones, iguales al respecto de ella. Y es que Todd Field construye, sin prisa ninguna, y prescindiendo de florituras innecesarias, un thriller psicológico con tintes de drama psicólogo (que no drama, pues la película orbita esencialmente alrededor de su protagonista y su mente, es Tárcentrista) y de puro terror, onírico y trascendente, dando lugar a escenas verdadera y genuinamente siniestras, pues no son forzadas, ni buscan el sobresalto ni el factor sorpresa, sino que de manera coherente con el resto de la narrativa, buscan retratar los miedos más profundos de una directora de orquesta prácticamente apática y hierática, interpretada con maestría por Cate Blanchett, insuflando de veracidad y naturalidad a este personaje mediante una interpretación contenida pero que dice todo con una simple mirada perdida, mientras, paulatinamente, cae de su púlpito, haciendo una interesantísima reflexión sobre el poder: cuesta ganarlo, pero se pierde en un instante. Sobresaliente.
Además, su director en ningún momento se desvía de su objetivo, ni material ni formalmente, pues aunque muchos han acusado a la película de ser fría en su fotografía y en su (intencionada ausencia) de banda sonora, en realidad son profundamente inteligentes, pues son coherentes con la protagonista y su personalidad. Field, con casi imperceptibles juegos de cámara, y haciendo uso de un silencio ensordecedor y siniestro a lo largo de sus 158 minutos, crea un filme sobrecogedor y tenso hasta sus últimas consecuencias.
Me gustaría reseñar que otra de sus grandes virtudes es que en ningún momento de su larga duración se hace larga, puesto que desde su excelente presentación de personaje en la entrevista inicial, se construye un relato de una densidad psicológica, artística, ética y moral sin precedentes, un relato inteligentísimo, contenido, en ningún momento extendido, un relato que sabe presentar su tesis con objetividad sin olvidar lo más importante (que muchas películas pierden de vista), y es que, ante todo, Tár es cine. Es una película, y no un programa político o social, a pesar de abordar varios temas de actualidad con rotundas. Pero Tár, de nuevo, es cine. Que debe hacer disfrutar y reflexionar a partes iguales. Es por ello que sus personajes no son acartonados, sino dotados de una humanidad tremenda. No son meras cartelas que expongan ideas. Porque Field es objetivo. Field permite que el espectador decida qué cree, qué piensa, y qué quiere aprender del relato. Así como también permite, a aquellos que solo quieran ver una película por el mero valor de entretenerse, hacerlo, ver un thriller apasionante y oscuro, que absorbe de manera hipnótica al vidente, sin necesidad de tener que plantearse todas las cuestiones que plantea, que no son pocas. Pero Field siempre permite al espectador tener la decisión, no él. Él es un contador, no un dictador. No impone, pero sí propone.
Podría hablarse de la película durante horas. No hay un espectador que piense lo mismo que el de al lado. A algunos les enfadará, a otros les apasionará, a otros les dará igual, quizá, pero la película es Tár y Tár es la película. Es una película arriesgada, una suerte de biopic ficticio, que se centra en un personaje y en los oscuros rincones de su psique hasta el final. Conlleve lo que conlleve. Y eso la hace monumental.
Tár es monumental.