Al ir a ver TAR, esperaba otra vez una versión idealizada del mundo de la música clásica. Pero Todd Field se ha encargado de que en esta versión, por fin, se refleje fielmente lo que se repite una y otra vez en este mundillo. Una vez se siente al poder de una gran orquesta, el director de orquesta lucha entre su inmesurable ego y su hasta ahora comedida existencia de ser humano común con algún tipo de talento, mímico o teatral. Películas como El concierto (2009) de Mihăileanu, o Ensayo de orquesta (1978) de Fellini, se acercaban lejanamente a la realidad actual, rememorando a figuras como Toscanini (en el caso de Fellini) o mostrando la miseria de ser músico (en el caso de Mihăileanu)
Los gestos de la protagonista parecen basarse en una de las directoras de orquesta más importantes del momento, Mirga Gražinytė-Tyla (directora de la City of Birmingham Symphony Orchestra). Cate Blanchett representa la maestra masculinizada (dirigiendo con trajes y cuellos absolutamente hechos de patrones masculinos) que, estando en la cima de su carrera, pierde el control de la misma y de su entorno, víctima de su propia codicia y egoísmo.
Si observamos con atención los decorados donde se desarrolla la trama musical, son, al igual que muchos detalles del guión, completamente fieles a lo que reflejan: el ambiente en la Filarmónica de Berlín, su antesala, la habitación Karajan (casi calcada a la que se encuentra en el Hotel Dolder), las salas de ensayo y aulas de clases, ect. Mucha de la acción en la película no se muestra en imágenes, sino que se deja en manos de nuestra imaginación dando pistas de lo que pasó o pudo haber pasado (con la becaria, con el perro, con la violonchelista). Todo lo relacionado con el manejo de su orquesta representa a la perfección el mundillo, e incluso se permite ironizar sobre las situaciones y tirar dardos nada sutiles existentes en la vida real, bajo una perfecta escenificación (la escena de la audición para los chelos es un ejemplo de lo que ocurre hoy en día).
Los planos son abiertos en las escenas musicales, casi extáticos, opresivos y cerrados mientras más se va desmoronando la vida de la protagonista en su día a día. Incluso la luz de las escenas en exteriores se ensombrece y oscurece sobre Lydia Tár.
La intelectualidad mostrada en los discursos de la protagonista y sus diálogos está perfectamente construida, pero pasan a un segundo plano mientras transcurre la película, por el ego vorágine que gana al personaje, lo que corrobora la realidad de esta manada de egos descerebrados directores de orquesta que Todd Field muestra tan escrupulosamente.
En cuanto a la banda sonora, se divide entre la que pertenece al programa de la orquesta (fragmentos de la quinta de Mahler, sobre todo del Adagio, pasajes del concierto de Elgar) y la banda sonora de Guðnadóttir que nos lleva, tras Joker y Chernobil, a un mundo cada vez más oscuro e interiorizado, muy parecido al mundo en el que nos metió Preissner en Azul de Kieslovski.
El final nos muestra una denigración en forma de destierro cultural. Sólo aportar que el dedicarse a la música para cine es el último eslabón de la música clásica, de hecho, muchos compositores de bandas sonoras y minimalistas reclaman desde siempre un lugar legítimo en el mundo de la música y ser más valorados o tomados en serio. Bernhard Hermann fue una excepción, dominando la escritura sinfónica y el cine de igual manera.