Lo que empezó pareciendo una película basada en una temática relacionada con la clonación y el adrenocromo, tan mencionado en el ámbito del primado negativo, ha terminado por representar una especie de alegoría gore de la sombra de Carl Jung. Pero, él, nunca habló del parásito como si lo hizo Carlos Castaneda.
La sombra de Carl Jung está basada en aquella parte de nuestra identidad que es rechazada por nosotros mismos por no considerarla apropiada y haber asumido, o valorado, como turbios o inapropiados ciertos aspectos de ésta. Ese rechazo constante de nuestra identidad terminaría por convertirse en nuestra sombra que nos delata cuando menos lo esperamos mediante la manifestación de algún acto que no identificamos como propio. Para Carlos Castaneda, esta sombra se densifica y se convierte en un ente que podría ser físico, el parásito. El parásito representa lo que no aceptamos de nosotros por desear exactamente lo opuesto de lo que somos. En el caso de esta película consistiría en rechazarse de pleno a uno mismo por reprocharse, con absurda vileza, haber envejecido.
La trama consiste en que deciden sustituir a la protagonista, Demi Moore, en su propio programa de televisión porque creen que está mayor para continuar en él. No puede soportarlo y termina seducida por una sustancia milagrosa que al consumirse clonaría sus células para así verse rejuvenecida.
Hoy día, un porcentaje muy elevado de películas y series pueden ser explicados a través de la tradición Hermética y la alquimia, astrología y la numerología. Ciencias milenarias degradadas a “asuntos frikis” muy convenientemente desde hace unos 100 años.
Por citar la primera película que me viene a la mente, Alien, el octavo pasajero, película que todos conocemos, usaba ya la simbología a la que el cine de todos los tiempos nos tiene acostumbrados. El número 8 representa la transformación de Escorpio, el planeta Plutón y la casa 8 en astrología.
En la película, el número de la calle en la que se consiguen la sustancias es el 53, cuyos dígitos suman 8, así como la tarjeta con la que se abren la puerta de acceso y la taquilla 503. La película está repleta de simbología numérica, aunque no insistiré demasiado en los números, trataré de destacar un par de detalles para después ceñirme al argumento, sin más.
Desde la numerología, el número de teléfono 909-555-0199 simboliza el fin de un ciclo de la ilusión en la que el alma ha estado atrapada en el engaño mientras el parásito nos ha mantenido controlados a través de creencias, hábitos y estructuras impuestas. Este número representa la llamada al despertar, soltar la narrativa impuesta y enfrentar al parásito con conciencia de lo que somos.
Posteriormente, durante el minuto 12 al 13, números que encierran también un significado elocuente cuya aclaración aquí demoraría en exceso, la protagonista se encuentra con una última oportunidad para no caer en la tentación de vender su alma al diablo. O, lo que es lo mismo, dejarla en manos del parásito.
De repente, aparece un viejo amigo de la escuela que le pide una cita y le entrega su número de teléfono escrito en un papel tras haberle halagado, previamente, diciéndole conservar aún su belleza intacta. El número que le entrega 323-555-0102 simboliza el momento en que el alma empieza a sospechar que el mundo material es una prisión. Es el primer susurro del conocimiento oculto (gnosis) que invita a cuestionar la realidad impuesta por las entidades que te mantienen en el engaño y por tanto temen tu despertar.
Entre la mente y el corazón decide seguir a la vanidad que no proviene del corazón sino de la mente.
El proceso de transformación se pone en marcha. Demi Moore se inyecta el producto y, tras desmayarse, sale de su columna vertebral su otro yo oculto, joven y deseado. Una chica veinteañera con las carnes en su sitio que triunfa con la experiencia de la protagonista. Mientras una vive, la otra duerme, alternándose así una semana tras otra. Como las fases de la luna que duran siete días, el octavo día reaparece una de las dos tras inyectarse la sustancia del poder de la transformación.
El humano y su parásito alternándose en este plano de existencia. Pero, mientras la protagonista duerme, no es consciente de lo que vive el parásito. Hecho que desmonta el motivo de esta película pretendido como el deseo de la protagonista que en vez de sentir ella en sus carnes, de nuevo, el éxito para recrearse en su vanidad lo cede a una parte de sí misma que ni siente, ni controla.
El parásito empachado de éxito se da cuenta de que no soporta a su yo humano. Decide inyectarle, mientras yace tendida en el suelo, para robarle sus propios días de vida. Pero debe haber un equilibrio energético entre las dos, deben seguirse las fases de la luna, conocimiento alquímico y que obedece a los ciclos naturales de la vida en la Tierra. Aunque, en la película, no se dice absolutamente nada de esto.
Lo que sucede es que Demi Moore comienza a sufrir un envejecimiento acelerado ya que la energía, de más, que se apropia su otro yo, el parásito, se consume en ella sin haber movido un dedo de su cuerpo yacente.
De este modo, se apela al principio de dualidad del libro el "Kybalion" que se basa en que todo cuanto existe lo hace definido por sus dos opuestos que se tocan. Volvemos a otro conocimiento alquímico basado en que debe respetarse un equilibrio entre ellas, el “bien” y el mal, la verdad y la mentira. Equilibrio en el que no hay ni puras mentiras, ni puras verdades sino un gama intermedia y gradual entre ambos polos. Todas las verdades son semi verdades, o semi mentiras, dentro de la misma escala gradual.
Debe existir un equilibrio entre los dos para evitar la polarización que daría lugar a una existencia efímera y fatídica en la que uno de los dos polos acabaría fagocitando al otro.
Ambas comienzan a sabotearse la vida de la otra durante su semana de existencia observando horribles panoramas en su entorno tras su despertar. Por ello, llaman al proveedor de la droga transformadora como si de Dios se tratase, como si fuera él quien tuviera que decidir por ellas, como la voz de su conciencia o su propia voluntad. Evidentemente, están llamando al demiurgo, demonio o ángel caído cuyo eterno objetivo es el de imitar a dios. Haciendo caso omiso al hecho de que el poder de generar de la nada se encuentra junto al espíritu y no separado de él.
Entramos, aquí, en una matización cuya explicación daría para escribir un libro, pero, básicamente, se reduce a la idea de que llevamos siglos acostumbrados a delegar nuestro poder en falsas creencias y la adoración de imágenes o iconos ajenos a nuestro auténtico poder interior. El insidioso concepto de la religión como dogma obviando el verdadero significado de la palabra, religar. Descubrir en nosotros mismos el espíritu en busca de su unión con la materia. Se trata de la idea de que dios es amor, lo cual, no nos convertiría en seres extremadamente humildes y pusilánimes, sino en activos defensores del amor.
Llega un momento en la película durante el sabotaje mutuo entre las dos en que la protagonista ha envejecido tanto que adopta el deplorable aspecto de anciana de 120 años. Por tanto, decide acabar con la vida del parásito que yace dormido en el suelo, pero se arrepiente. En dicho momento, despierta el parásito y le sorprende con la jeringa letal medio vacía sujeta en la mano e interpreta lo obvio. Así que se levanta del suelo y le propina a la anciana una insistente y brutal paliza que no soportaría ni el mismo Rocky Balboa y, tras ello, parte al estudio para grabar el tan ansiado programa de Nochevieja. De repente, comienza a perder varios dientes frente al espejo del camerino, así que decide regresar a la casa y administrarse el resto de la dosis de clonación de, estrictamente, un solo uso. Después de hacerlo, se transforma en una masa ingente de carne adquiriendo un aspecto deforme que nada tiene que envidiar al hombre elefante con la agravante de tener como un apéndice en la espalda, concretamente, la cara de Demi Moore gritando. Vuelve al plató de cine ocultando su aspecto y cuando se escucha su voz en el micrófono todo el mundo grita, acabad con el monstruo. Revientan al parásito y éste riega con su sangre a todo el público presente. Lo siguen reventando, pero se regenera. Decide huir y lo atropella un camión esparciendo sus restos por el suelo. Solamente permanece el rastro de la cara de la protagonista que al ver su estrella en el suelo del paseo de la fama decide sonreír y exhalar su último aliento sobre ella.
El final parece remarcar la vanidad extrema de la protagonista que aprovecha hasta el último aliento vital para rememorar aquellos pasados momentos de gloria sobre la estrella que una vez la encumbró. Lo hace rodeada de tres palmeras en forma de triángulo desde donde un rayo de luz del sol vuelve a hacerla brillar.
Lo que esta película representa, en mi opinión, es una nueva manera sutil e inteligente de interpretar cómo el demiurgo en forma de parásito trata de imitar al humano apoderándose de su cuerpo. El parásito dejaría de habitar el cuerpo humano para darse exactamente el proceso inverso, es decir, un humano parasitando al propio parásito. Además, rodeado en pleno escenario de decenas de chicas entre quienes ilusoriamente pretendería pasar desapercibido. Nos habrían mostrado un parásito dándose un baño de masas y, al acto, tras haber sido golpeado, compartiría toda su roja esencia sobre los rostros de los espectadores presentes.
No faltando la presencia de sangre durante toda la película, este final tan rematadamente gore parece sobrar. Son momentos de violencia gratuita que recuerdan a la psicopatía de Tarantino, pero con la diferencia de tratarse de escenas en las que el protagonista no es humano. Es un parásito. Todas estas escenas finales son surrealistas, desagradables e incapaces de despertar un mínimo de empatía en el ser humano, ya que el verdadero protagonista es la oscura sombra del parásito, el otro lado de la luz. El eterno imitador de la conciencia humana se acerca más que nunca a su deseo mediante su propia experiencia densificada en un monstruo que contiene al humano.
La grabación de este sórdido espectáculo podría, únicamente, suscitarle placer y deleite al mismísimo parásito. Por tanto, parece haberse dirigido obedeciendo los pormenores exigidos por éste, representados explícitamente en ciertos momentos estratégicos del montaje final. Detalles en los que se observa, casi en una misma toma, una recreación compulsiva y exacerbada en presentar carnes arrugadas en contraste con turgentes carnes de juventud. Una exhibición de contrastes que parecen juzgar y castigar una vanidad humana tergiversada y enfermiza que no se corresponde con la realidad.
La repugnante violencia gratuita que el espectador presencia sin cesar no proviene de una mente racional humana. Más bien de quienes pretenden achacar su propia frialdad y falta de corazón al ser humano como si se tratase de una cualidad inherente al mismo. Comienza a ser una constante representar al ser humano de una forma cada vez más decadente en los medios audiovisuales.
Las películas, hoy, no suelen estar dirigidas por un solo director, hay muchas cabezas pensantes detrás. Muchas de estas películas son auténticas obras de arte en cuyo montaje final se plasma con sutileza, en unos casos, y mal gusto, en otros, la intención de quien manda entre bastidores. No captar dichas intenciones no quiere decir que no existan, significa que podríamos no entenderlas. Asuntos turbios como el que nos ocupa no son fáciles de asimilar, aunque ellos sí hayan sido capaces de transmitirlo.