A veces lo que más sorprende de un thriller de espías no es la acción, sino el silencio. En Amateur, James Hawes renuncia al efectismo fácil para construir una historia donde lo emocional pesa más que las persecuciones o los tiroteos. Sí, hay todo lo que se espera del género: agencias, traiciones, secretos, pero la cámara se detiene más en las miradas que en las balas. Y eso, curiosamente, es lo que la hace distinta.
Rami Malek sostiene la película con una contención que juega a favor del personaje, aunque puede dejar frío a más de uno. No es Bourne, ni pretende serlo, aunque la comparación sea inevitable. Su viaje es interno, más que físico, y eso no siempre se traduce en ritmo o espectáculo. Pero si entras en el juego, funciona. La rabia, la pérdida, la obsesión: todo está ahí, en sus ojos, en su cuerpo tenso, en su forma de hablar bajo y caminar despacio.
El guion tiene sus momentos torpes, no lo voy a negar. Algunas decisiones narrativas se sienten forzadas, y el desenlace, aunque coherente, puede no satisfacer a quien busque un clímax clásico. Pero hay una honestidad en la propuesta que compensa. No busca ser una franquicia ni revolucionar el género, solo contar una historia de dolor envuelta en un mundo de códigos y armas.
Visualmente, Amateur apuesta por un estilo sobrio, con una fotografía limpia y sin alardes. Todo está al servicio del personaje, del conflicto, del duelo. No es una película perfecta, pero sí una que deja poso. Una que prefiere sugerir antes que gritar.
La disfruté. No por lo que tiene de thriller, sino por lo que esconde debajo: una historia íntima, a fuego lento, donde las heridas no se ven pero se sienten. Hay que mirarla desde ahí, desde la pérdida, no desde la adrenalina. Y si haces ese cambio de chip, probablemente también la disfrutes tú.