Steven Soderbergh vuelve a demostrar que es capaz de renovar un género con apenas unos pocos elementos bien puestos. Presence no es una película de terror al uso; es más bien un ejercicio de observación incómoda, donde la cámara adopta el punto de vista de un fantasma que recorre la casa, silencioso, paciente y, en cierto modo, curioso. Desde el primer plano queda claro que aquí la tensión no vendrá de sustos fáciles, sino de la sensación de estar invadiendo un espacio privado.
Lo más fascinante es cómo la historia, sin grandes giros, se va impregnando de un malestar creciente. Los movimientos de cámara, siempre medidos, y el uso del fuera de campo hacen que cada habitación parezca esconder algo. El espectador, convertido en intruso, empieza a notar que lo que acecha no es solo algo sobrenatural, sino también un conjunto de rencores, secretos y culpas familiares que flotan en el aire.
Soderbergh construye un relato que se toma su tiempo, lo que puede desesperar a quien espere un festival de sustos. Pero esa misma calma es la que da peso a los momentos más intensos, cuando una mirada o un silencio prolongado dicen más que cualquier diálogo. Es un terror que se cuela sin hacer ruido, pero que deja huella.
Las interpretaciones son sólidas, aunque quizá algún personaje merecía más desarrollo para que su destino nos golpeara con más fuerza. Aun así, el elenco sabe transmitir esa tensión soterrada que recorre toda la historia, y eso mantiene el interés incluso en los pasajes más pausados.
No todo funciona a la perfección. Hay un par de escenas que parecen buscar un simbolismo excesivo y rompen un poco el equilibrio, y el clímax, aunque inquietante, puede dejar con la sensación de que faltó un golpe final más contundente. Sin embargo, la experiencia global es tan hipnótica que esos detalles no empañan el resultado.
Presence es, en definitiva, una mirada distinta al cine de fantasmas: menos enfocada en el susto y más en la atmósfera, en cómo lo invisible puede alterar lo cotidiano. Soderbergh firma una película que, más que dar miedo, se queda rondando en la cabeza como una presencia silenciosa que no sabes si quieres que se vaya o que se quede.