María ya no es joven y se dedica a cuidar a personas más mayores que ella. A pesar de sus dificultades económicas, se niega a aceptar que su situación es muy precaria. Con una devoción extrema por aquellos a quienes cuida, a veces se ve obligada a robar unas pocas monedas de los bolsillos de las personas a las que cuida.
Entre la pobreza y la dedicación, su vida se mueve en una delgada línea entre la necesidad y la compasión, mientras construye un lazo de amor incondicional con quienes la rodean.
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