Típica secuela que no se sale del margen.
Scott Derrickson regresa con una secuela que se atreve a expandir los límites del terror psicológico y el suspense sobrenatural que caracterizaron a la primera entrega. En esta ocasión, el director apuesta por una propuesta mucho más gráfica y visceral, donde el horror se siente más tangible y el componente emocional cobra una fuerza inusitada.
El filme, aunque parece tomarse su tiempo para desplegar su trama, mantiene un ritmo constante y sostenido. No se trata de una narración lenta, sino de una que construye con precisión la tensión necesaria para que, cuando la acción se desate —ya en la segunda mitad—, todo cobre un sentido más intenso y justificado. Derrickson sabe jugar con los códigos del género y lo hace combinando elementos clásicos de 'Pesadilla en Elm Street' o 'Viernes 13' sin perder la identidad visual y narrativa del universo que él mismo creó.
Uno de los mayores aciertos reside en el desarrollo de los personajes, en especial el de Finney (Mason Thames), quien evoluciona de forma coherente respecto a lo visto en la primera película. Su arco refleja madurez y trauma en partes iguales, dotando al relato de un peso dramático real. Sin embargo, es Gwen (Madeleine McGraw) quien se convierte en el eje emocional del filme. Su interpretación, contenida pero profundamente expresiva, aporta humanidad y equilibrio frente al horror que la rodea.
Ethan Hawke, aunque su presencia física es más limitada, conserva la aura amenazante e ineludible de su personaje. Su figura domina la historia incluso cuando no está en pantalla, y esa sensación de omnipresencia está hábilmente trabajada desde la dirección.
Los únicos elementos que podrían generar cierta fatiga son la banda sonora, efectiva y potente en su primera mitad, pero algo reiterativa en determinados pasajes. Aun así, la música acompaña con acierto el tono sombrío y melancólico del relato; y la cantidad de sueños que tiene Gwen.
Una secuencia final impecable, tanto por su ejecución técnica como por su capacidad para cerrar las líneas argumentales con fuerza y coherencia. Derrickson no solo ofrece una continuación digna, sino una evolución estilística y emocional que consolida su sello como narrador de terror contemporáneo.
'Black Phone 2' no es la mejor película del género en los últimos años, pero sí una propuesta sólida, atmosférica y profundamente inquietante. Tanto si disfrutaste la primera parte como si simplemente aprecias el buen cine de terror, esta secuela merece sin duda una oportunidad.