Rescate implacable (A Working Man) no engaña a nadie: es una película de Jason Statham en toda regla. Si has visto cualquiera de sus trabajos anteriores, sabes perfectamente lo que viene. Un tipo duro, leal, con pasado oscuro, que se ve obligado a usar sus puños (y cualquier objeto contundente al alcance) para rescatar a alguien cercano. En este caso, la fórmula se repite sin demasiadas variaciones, pero funciona porque Statham, como siempre, cumple con solvencia.
La película no pretende reinventar el género. Tampoco lo necesita. Ofrece lo justo: peleas bien coreografiadas, persecuciones, malos muy malos y un héroe que no se detiene ante nada. El ritmo es correcto, la acción es física y directa (se agradece que no abuse del CGI) y la historia, aunque mil veces vista, sirve como excusa para que el protagonista reparta justicia con contundencia.
¿Es original? No. ¿Tiene profundidad dramática? Tampoco. Pero su mayor virtud está en la honestidad: sabe lo que es y no pretende ser más. Hay algo reconfortante en ver una película de acción que no se avergüenza de sus tópicos. Y aunque algunos secundarios no brillan y el guion es más plano que un ring de boxeo, lo que uno viene a buscar —acción, venganza y Statham— está servido.
Sin llegar a ser memorable, Rescate implacable se disfruta por lo que representa: una ración clásica de cine de acción con sello propio. De esas que te hacen desconectar un rato y quedarte con la sonrisa de quien sabe exactamente por qué ha comprado la entrada.