Serie española del 2023, de 2 temporadas de 16 capítulos, con una valoración de 7/10, bajo dirección de Alex de la Iglesias y guión de Jorge Guerricaecheverria, con un presupuesto de 28 millones.
Pletórica serie al más puro estilo de su director, por eso lo primero que hace, es dejar la sensación de haber querido construir en imágenes, la gran novela que todavía no ha escrito. En esta ambiciosa historia en formato de miniserie, el prolífico director vasco refleja todo lo que ha atesorado en su filmografía. Como si quisiera cerrar con una obra de largo recorrido, en la que se reconocen en cada momento las marcas de su identidad como director.
Todo está servido en bandeja para que los seguidores del realizador puedan sentirse a sus anchas y disfrutar de esta entrada a lo grande en ese mundo intransferible de palabras e imágenes construido a cuatro manos por De la Iglesia y su eterno colaborador Jorge Guerricaechevarría. Nadie puede acercarse mejor que ellos a la amalgama esperpéntica de la España profunda desde un lente deformado que juega todo el tiempo con la exageración, el humor negro, la ambición localista, la religiosidad y, unas cuantas tradiciones mezclada con brujería y teorías conspirativas.
Tenemos que empezar a valorar el riesgo de hacer una serie tan peculiar en un país como el nuestro, en el que lo 'fantástico' no se suele recompensar y en el que su creador, ha resultado ser tan infravalorado por los espectadores. A pesar de contar en su haber con grandes clásicos en su carrera, pues son muchos los 'expertos' que han calificado a sus obras como 'exageradas', cuando en su exageración está su peculiaridad y el verdadero encanto, ante lo diferente.
Todo ocurre en un pequeño pueblo de Segovia, la ciudad que guarda en España el mayor legado de la antigua Roma y otros períodos históricos. Ese alumbramiento se produce en el mismo pueblo en el que se instala un sacerdote experto en exorcismos (el gran Eduard Fernández, irreconocible detrás de una larga barba bíblica) que al parecer le debe favores a una misteriosa y enigmática secta religiosa que expresaría cierto apego a las ciencias ocultas escondido en los pliegues secretos del Vaticano. Y una búsqueda codiciosa que se remonta a los tiempos de la crucifixión de Cristo y la traición de Judas.
Seguro que los acérrimos seguidores de su obra habrán quedado prendados con su última pieza para el mundo streaming. No esconde nada, pone sobre la mesa todos sus recursos cinematográficos, y regala a sus fans poder entrar en su característico e imaginativo mundo de excesos y grandes golpes de efecto.
Evidenteme no pasará a la historia como la mejor serie. Ni siquiera creo que escape al mero fenómeno momentáneo actual por el que se le eleva a los altares con un hype sin límites. Supongo que De la Iglesia ha pretendido sostener su creación en base a un gran reparto y el sinfín de efectos exagerados que nutren considerablemente ese caos que propone.
El nivel interpretativo es uno de los grandes puntos a favor, destacando sobre el resto a Eduard Fernández encarnando al padre Vergara. Miguel Ángel Silvestre como Paco, alcalde y empresario del municipio, Megan Montaner como la veterinaria Elena, o Macarena Gómez como Merche la ambiciosa mujer de Paco, la cual también suben el nivel acostumbrado en la ficción española. Los papeles secundarios estaban asegurados por nombres muy reconocibles como: Carmen Machi, Paco Tous, Secun de la Rosa, Najwa Nimri, Pepón Nieto.
Agrada, y mucho, ese desenfreno del que el director hace gala. Un espectacular comienzo, un desarrollo frenético y un desenlace inverosímil. Está especializado en una narrativa anárquica, desordenada y muchas veces absurda. El entretenimiento es bárbaro, pero el resultado final carece de fundamento. Concibe un producto destinado a la confusión más absoluta, una composición que se deshace a trozos. Él lo quiere así, pero eso no quiere decir que sea una buena conclusión de la ficción. Tiene todo el sentido del mundo que una historia que te cautive con un inicio tan explosivo vaya apagándose conforme avanza. Es insostenible, muy complicado de mantener. Una costumbre característica del autor vasco, sobreexplotar la idea en el arranque y dejar las balas de fogueo para el resto del metraje.
A este propósito contribuye el altísimo ritmo al que somete los capítulos. Siempre pasa algo, generalmente importante para la trama, que termina por resolverse rápidamente, sin dar tiempo a la maduración. Este hábito voraginoso dentro del género de suspense priva al televidente de precisamente esa intriga, pues todo se anima previsible, sustentándose por completo en golpes de efecto cada vez más grandes, un mal síntoma.
Otro punto en contra que veo es la dejadez en el trabajo de ciertos episodios que requerían de efectos especiales más cuidados, sobre todo los referentes a las criaturas monstruosas. Al margen de la ridiculez argumental detrás de los mismos, sí se nota un desvanecimiento en su precisión, sí mostrada en, por ejemplo, la aplicación de la tecnología de rejuvenecimiento de algunos personajes.
Dejando de lado los fundamentos puramente técnicos y argumentales, me gustaría recalcar la gran desfachatez que comete Álex de la Iglesia. Partimos de su autocalificación como católico y teólogo, descripción por la que de facto podríamos atribuirle un mínimo sentido de la fe y unas intenciones legítimas para desarrollar a través del cine conceptos tan sensibles como la vida del cristiano, la historia de la Iglesia o, lo que más le agrada, el combate entre el bien y el mal.
Como él mismo dice, «todos hemos querido creer y vivir la religión como parte de nosotros porque ofrece una vida plena» y «las cosas son verdad o mentira, bien o mal», no una interpretación personal que parta del relativismo moral. Salvo por cosas muy concretas, siempre ha estado acertado en sus declaraciones al respecto, también en las relativas al estreno de su serie.
Todo esto, al igual que su visión epopéyica del apocalipsis, el Anticristo, el simbolismo o las prácticas esotéricas, lo califico desde el espectro de la inventiva, como si estuviera leyendo un cómic de ciencia ficción. Sin mencionar el lamentable tratamiento fan service que hace del matrimonio, las típicas escenas de sexo explícito o la esperpéntica caracterización que se hace del Papa. San Pablo fue claro cuando expresó que «si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema.
Gran peso soporta también la turbiedad de la intro, víctima de la máxima interpretación, en la que a ritmo de corneta procesional se muestra a Judas en la escena de la crucifixión, observando directamente a Jesús clavado en el madero, quien no responde a su infidelidad con una mirada de dolor y compasión, sino con una siniestra sonrisa, imagen que refuerza la versión gnóstica sobre la función del mal y el pecado en el plan divino, una herejía planteada a lo largo de su extensión. En definitiva, Dios no respeta la libertad de Iscariote, desea que entregue a su maestro, justifica un mal por un bien mayor, una lectura terrible. No es Cristo quien se abandona a su misión de entregarse a la muerte para la redención de todos como cordero llevado al matadero, asumiendo hasta el extremo el pecado original del hombre, más bien se trata de una especie de complicidad con la maldad.
No se logra comprender por qué representa los conceptos teológicos referentes al mal, aunque de manera simplista y grotesca, tan detalladamente, presuponiendo y desarrollando su poder de acción e influencia en las personas, evidenciando la existencia de Satanás y las fuerzas de la oscuridad, y sin embargo no realiza ese elaborado ejercicio con la otra parte de la balanza. No vemos la función del bien, el poder de la verdadera Iglesia, los cristianos o siquiera algún sacerdote convertido.
El que fuera para seminarista enmarca su ridícula cosmovisión en una teatralidad enteramente maniquea, en la que está el demonio pero no Dios, sino lo puramente humano. Por supuesto, no hay cabida a una reflexión sobre la fe, esperanza ni caridad. En este planteaminto, no se ve que la victoria ya la ganara el cordero. El director señaló que uno de los planteamientos de su historia es la creencia de que «Dios es vida, pero también es muerte», que el Creador y el Diablo son dos caras de una misma moneda. Esto rompe totalmente la figura de Cristo, que con su cruz redescubre el misterio de la muerte y el sufrimiento, que no ha de confundirse con el mal.
No obstante, apartando las incoherencias dogmáticas de Álex de la Iglesia, puede llegar a ser una ficción de misterio de suficiente nivel para los amantes del género, con algunos aspectos relacionados con la religión que aparecen por mera casualidad argumental. Nadie puede esperar de esta serie un anuncio catequético o doctrinario. Ha de interpretarse como lo que es, una historia inventada a conveniencia con reflejos teológicos distorsionados.